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„el conocimiento La ley del Espíritu de vida“..


 

Es interesante que, en griego, la palabra ley es nomos, y la palabra iniquidad es anomia, que significa carente de ley, trasgresión. El misterio de la iniquidad significa cambiar la ley, transgredir, violar lo establecido.

 

·      Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: 

·      ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?

·      Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer;

·      pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis.

·      Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;

·      sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.

·      Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.

·      Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Gén 3:1-7  

„Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque LA LEY DEL ESPÍRITU DE VIDA en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Romanos 8:1-2“

 

 

Si lees el capítulo 3 de Génesis en el Espíritu, notarás que hay algo que se altera: El diablo se convierte en serpiente. Esto fue una alteración, porque él no fue hecho serpiente, y se convirtió en serpiente, trastocando y cambiando lo natural, para engañar, para hacerles mirar a los ojos. ¿Qué hacen los magos delante de nosotros? Trucos. Desaparecen un pañuelo, y le muestran a tu vista una paloma, y si les insistes mucho te la convierten en un elefante. ¿Por qué? Porque todo es ilusionismo, engaño óptico. Algo que te hace ver que han ocurrido cosas imposibles o contrarias a las leyes naturales a través de un rápido juego de manos, frente a tus ojos. 

 

Mas, vemos que hay una criatura que quiere ser igual a Dios, que quiere alterar una ley (y no una ley cualquiera, sino una ley de existencia) una ley eterna, porque Dios es eterno y todo lo que tiene que ver con Dios, sus atributos, su existencia, su vida, su voluntad y sus designios, todo es imperecedero. Ese ángel quiso alterar una ley eterna que establece que sólo Dios es el objeto de adoración de las criaturas, y nace en él el deseo de ser Dios, uno igual a él. Él quiere invalidar, alterar la ley que tiene que ver con que Dios es el único, y el todo en todos. Entonces anidó en su corazón la iniquidad: «Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:13-14). Proporcionalmente al tipo o clase de ley que él quería alterar, asimismo fue la alteración que hubo en su carácter y en su vida.

 

Si Lucifer hubiera violado una ley simple, así de simple hubiese sido su castigo, pero dependiendo de la magnitud de la ley, es la consecuencia de la alteración. Por ejemplo, la alteración de la ley de la respiración puede ser más fatal que la ley de suministrar agua al organismo. Se cree que un ser humano puede durar tres minutos sin respirar, sin oxígeno, pero si se violenta ese ciclo más allá de sus límites, seguro que pasará algo. Si interrumpes la respiración y llega a faltar oxígeno en la sangre, puede ser que sufras daños irreversibles en el cerebro o forzosamente te mueras. Pero si transgredes, por ejemplo, la ley de tomar agua por cierta cantidad de tiempo, que no llega a un límite, puedes alterar tu organismo y quizás te deshidrates, pero que no te mueras, porque no llegaste al borde, al lindero que, según el cuerpo, pude resistir sin agua. Entonces concluimos que de acuerdo a la ley que se altera, así es el mal que se produce.

 

 

La ley que violó Lucifer, fue la mayor del universo, aquella que establece que Dios debe ser el TODO en todos, y que solamente él debe ser adorado. Este lucero quería brillar más que Aquel que le da la luz a todo lo que alumbra en este mundo. Y al querer el diablo trastocar, cambiar, y alterar la ley de la adoración a Dios, y desviar la atención hacia él, se convirtió en algo espantoso, como un vástago abominable tal como lo describe Isaías (Isaías 14:19). Me imagino que de ahí vienen las imágenes o estereotipos con los cuales muchos representan al diablo. Pero lo más importante es que de ahí nació el misterio del pecado, el cual se convirtió en un espíritu en él, que es el espíritu de rebelión.

 

Es interesante que, en griego, la palabra ley es nomos, y la palabra iniquidad es anomia, que significa carente de ley, trasgresión. El misterio de la iniquidad significa cambiar la ley, transgredir, violar lo establecido. Por eso el anticristo representa aquello que cambia la ley y se levanta contra todo lo que es Dios y es objeto de culto. Ese es el espíritu del anticristo, el de la iniquidad. Se siente con autoridad para cambiar las leyes de Dios, y persigue a sus santos, hasta que hace que los hombres le adoren a él. Es decir, no es que descarta el culto o lo excluye, sino que lo desvía hacia él. Ese es el anticristo, el espíritu de la iniquidad, aquel que hace leyes paralelas, que toma la Palabra de Dios de forma contraria a la que fue promulgada.

 

El pecado vino cuando se alteró una ley. Y sus consecuencias han sido tan desastrosas y trascendentales, porque la ley que se violó no fue una ordenanza cualquiera, sino que se atentó directamente contra el trono y la existencia eterna de nuestro Dios. Por eso el que ama al Señor aborrece el pecado. Temer a Dios es aborrecer el mal y amar el bien (Proverbios 8:13; Salmos 19:9). Dios no escatimó ni a su propio Hijo, con tal de destruir la ley del pecado. El pecado es un atentado continuo contra la majestad de Dios y contra su trono. Cuando David cometió el pecado de adulterio y mató a Urías heteo para tomar para sí su mujer (2 Samuel 12:9), al confesar su maldad exclamó: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos…» (Salmos 51:4), reconociendo que el pecado directamente ofende al único que es santo, al único que es puro: a Dios. David también pecó contra Urías Heteo, y afectó otras vidas, pero el pecado a quien más deshonra y agravia es a Dios, y David lo reconoció en su expresión «...contra ti solo he pecado».

 

 

La naturaleza de Dios es contraria a la ley del pecado. Dios es santo y el pecado te hace un maldito, porque te lleva a la rebelión. Dios es justo y el pecado te hace injusto, porque te lleva a injusticia. La ley de Dios es perfecta y justa, y te da vida, mas la ley del pecado es torcida y te lleva a la muerte. Hemos visto que la palabra es espíritu, por tanto, cuando el espíritu de las palabras de la serpiente entró a Eva, cambió sus ojos, su mirada, su intención, y su naturaleza. El hombre fue hecho por ley a imagen de su Creador: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Génesis 1:27). Esa era la ley de la creación del hombre, que por naturaleza fue hecho santo y puro como Dios, pero vino el espíritu de la serpiente y trastocó y cambió su naturaleza, pues introdujo en esa ley de santidad que sustentaba su creación, la ley del pecado.

 

Todo lo que es creado por Dios lleva a la vida, y todo lo que altera una ley de Dios, lleva a la muerte. Como sucede en lo natural, cada vez que se viola una ley física (cosa que hacemos constantemente), estamos destinando a la muerte lo violado. Si, por ejemplo, vives una vida sedentaria y no haces ejercicios, estás condenando tu vida a una existencia de menos años, porque los órganos de tu cuerpo fueron hechos para ser ejercitados. Hay una ley fisiológica que dice que el órgano que no se ejercita se atrofia, por eso las personas que hacen ejercicios le hacen bien a su cuerpo. Así también, existe una ley espiritual que dice que lo de Dios se ejercita, por ejemplo, la piedad, la cual es superior a la ley del cuidado corporal. ¿Por qué? Porque el ejercicio corporal es bueno para el cuerpo y nada más, en cambio la piedad para TODO aprovecha, porque tiene promesa de esta vida y promesa en el siglo venidero (1 Timoteo 4:8). Por eso Pablo le recomendó a Timoteo: «Ejercítate para la piedad» (1 Timoteo 4:7).

 

Así que el pecado se convierte en una ley, porque cambia una naturaleza. Éste alteró la ley de la existencia del hombre establecida por Dios. Si me pidieras que te explicara el pecado, te confieso que no lo sé todo, porque es un misterio, pero sí puedo entender cómo comenzó. Considero que no surgió porque Dios dijo: «Oh, este lucerito  se ha vuelto un tanto curioso, y hasta me quiere usurpar el trono. Déjame expulsarlo de aquí»; no, no, no. Es que está establecido por ley que el Creador solamente debe ser adorado. Y solamente JAH es Dios. Y una criatura puede ser semejante a él, pero no puede ser igual a él. Cuando una ley es quebrantada, nunca vuelve a su estado original, porque las consecuencias del hecho perturban y trastornan otras, pues todo está entrelazado, una cosa trae otra. Lo vemos en los malos hábitos o vicios. Si empiezas a ingerir un poquito de alcohol hoy y otro poco más mañana, el cuerpo empezará a acostumbrarse, y ya el organismo comenzará a demandarte la bebida. 

 

Sigues haciéndolo, y estableces una costumbre, al punto que al no ingerirlo te hace falta. Aquello que empezó como un desahogo de un momento, se convierte en una necesidad. Entonces dejas de ser una persona sobria, para convertirte en un alcohólico, aunque digas que no lo eres. Casi la mayoría de personas que usan sustancias narcóticas, empezaron probando un tabaco de marihuana, un «pase» sólo para probar, «para que no me cuenten» (se justifican), y tiempo después son drogadictos a quienes hay que lavarles la sangre, y someterlos a meses de tratamiento para desintoxicarlos, porque las drogas no sólo le producen una adicción física o fisiológica, sino también una dependencia psicológica. Y aquel que cae en vicios, no puede por sí mismo librarse de ellos.

 

Así como las palabras son espíritus, los hábitos también se convierten en espíritus, en prácticas que se repiten y repiten, hasta llegar a transmitirlo a otros, porque la maldad sigue hasta la cuarta generación (Deuteronomio 5:9), pero la misericordia llega hasta mil generaciones (Deuteronomio 7:9). Por eso vemos que ya los médicos no se conforman con un cuadro clínico del paciente, sino que indagan el historial médico de sus familiares. Asuntos como la homosexualidad, que muchos dicen que es algo genético, hormonal, etc., la Biblia nos dice que son espíritus (Romanos 1:26-27).

 

Y veo que una estratagema que usan frecuentemente los homosexuales es la seducción, tratar con palabras, insinuar cosas (como hizo el diablo con Eva), de persuadir tu mente diciéndote: «Tú eres homosexual. Cada ser humano es hombre y mujer en sí mismo. Aunque eres hombre, tienes partes femeninas que necesitan ser atendidas». Y entonces tú,  que nunca has tenido ninguna duda en cuanto a tu identidad sexual, le contestas: «¿Yo homosexual? Estás loco, yo estoy muy definido y sé que me gustan las mujeres y odio todo eso». Pero éste insiste: «Yo soy homosexual y sé lo que te digo. Te lo veo en los ojos, aunque lo niegues a ti mismo. Esos que odian a los homosexuales es porque encubren sus propios deseos». Y sigue insistiéndote en lo mismo en cada oportunidad, y a tratar de seducirte en broma. Y llega un momento en que esas palabras (que son espíritus) te hacen dudar de lo que eres sexualmente. De esa manera es que los homosexuales cazan las almas inconstantes, a aquellos que no entienden o son débiles de mente y espíritu. Casi todas las personas que caen en la homosexualidad fueron violadas en su niñez. A un porcentaje muy grande les fue transmitida esa ley inicua de manera violenta o por seducción. 

 

Entonces, en vez de aborrecer eso, que no le gustó y trastornó su vida, van y lo repiten con otros, porque es una ley en ellos, es un espíritu. Los espíritus de los poseídos también repiten mucho la misma palabra. Cuando una persona está poseída (lo que los científicos llaman esquizofrenia, o trastornos de la personalidad) casi siempre son más de un demonio que la poseen, y cada uno de ellos tiene su peculiaridad. Los psicólogos consideran que la persona tiene múltiples personalidades, porque ellos no penetran en el área espiritual, sólo analizan el fenómeno desde el punto de vista psicológico. Mas nosotros, que vivimos en el mundo espiritual y lo conocemos, sabemos lo que hay detrás, porque 

 Espíritu nos revela todas estas cosas. No son múltiples personalidades, sino legiones, múltiples espíritus.

La ley de la herencia en lo natural está en los genes, y en lo espiritual en la naturaleza pecaminosa donde actúa la ley del pecado (Romanos 5:12; 7:23). Esta verdad se ilustra muy bien con la anécdota de un médico a quien, en medio de una charla, alguien le preguntó: «Doctor, yo sufro de esto, y de lo otro, y ahora estoy padeciendo de estos síntomas» y él le contestó: «El problema suyo es que no supo elegir a sus abuelos». ¿Por qué? Porque la ley de la herencia nos hace portadores involuntarios de la salud y las enfermedades de nuestros ancestros. Es cierto, Adán no tenía diabetes ni alta presión, entonces ¿por qué aquel sí la tiene? Porque en un momento dado el pecado que trastornó al hombre también afectó a toda la naturaleza (Romanos  8:22). 

 

Dios puso a Adán como cabeza de la naturaleza, y este le obedeció a la serpiente, y como la unción viene por la cabeza, la maldición también. Así que como la cabeza (Adán) fue dañada por el pecado, y dice la Biblia que somos esclavos de aquel a quien obedecemos, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia (Romanos 6:16), toda la naturaleza que estaba bajo la autoridad de Adán recibió la maldición, por la ley de la representación, lo que ahora sufrimos por la ley de la herencia. Por eso entendemos el por qué la Biblia habla tanto del pecado, y dice que la mente del hombre es de continuo al mal (Génesis 6:5).

 

 

¿Cómo vamos a hacer el bien estando habituados a hacer el mal? Escrito está: «No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos» (Romanos 3:10-18). También se lamentó el profeta Isaías: «¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás... ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la  cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga…» (Isaías 1:4-6). Esa es la ley del pecado, amado, que ha hecho al hombre viciado a los deseos engañosos (Efesios 4:22) y le obliga a andar en la vanidad de su mente entenebrecida (Efesios 4:17-18) esclavizando sus sentidos.

 

Por tanto, conforme a lo que fue dicho nos ha sucedido: «Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor» (Jeremías 2:22). ¿Puede cambiar el leopardo sus manchas o aquel que es negro su piel? (Jeremías 13:23), así tampoco el hombre puede cambiar su naturaleza porque es una ley.

 

 Dice Pablo: «Queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí» (Romanos 7:21). Y el Pablo que está hablando es el hombre nacido de nuevo, porque ningún hombre que no haya nacido de nuevo desea hacer el bien. Por eso dice: «Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros»  (Romanos 7:22-23). Cuando en ti solamente reinaba la ley del pecado no tenías ninguna lucha, pues si la carne te pedía fornicación, seguro la satisfacías; si era deseos, se los cumplías, y tu lema era: «Primero yo, luego yo, y después yo». Es decir, vivías para satisfacer los deseos de tu mente carnal, y no te debatías en ninguna lucha. En cambio, ahora que has nacido de nuevo, sí enfrentas luchas y conflictos, porque en ti moran dos naturalezas, y por ende te gobiernan dos leyes: la ley del Espíritu de vida y la ley del pecado.

 

Cuando el creyente anda en el Espíritu tiene luchas, porque la carne es contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Estas dos naturalezas batallan entre sí para que él no haga lo que quiere (Gálatas 5:16-17). Entonces, aquella libertad a la que fue llamado, que le ha rescatado de su vana manera de vivir, no sirve de nada si él satisface los deseos de su carne que le sujeta de nuevo al yugo de esclavitud. El hombre natural no tenía voluntad, porque la carne lo llevaba involuntariamente al mal; mas cuando nació de nuevo, fue dotado de la capacidad para desechar el mal y andar en el bien. 

 

Pero gracias a Dios que, si antes teníamos sólo una ley, la del pecado que nos llevaba a la muerte, ahora tenemos la ley del Espíritu que nos lleva a la vida en Cristo Jesús. Hoy podemos entender a qué vino Cristo. Lo que el Señor hizo por el mundo no fue cualquier cosa. A través de Jesucristo se creó una nueva naturaleza para los hombres aquí en la tierra.

 

vemos que, en su agonía, Jesús sudaba sangre, porque el trance era de tan gran magnitud que su cuerpo se alteró, y su mente rehuía el conflicto, y eso era tan fuerte que la sangre le salió por los poros, e hizo una extravasación. Por los poros se supone que salga sudor, no sangre. Es totalmente anormal desde el punto de vista fisiológico. En el cuerpo de Jesús se rompió una ley (Lucas 22:44). En su cuerpo comenzó a sentir el peso de la maldición de la ley del pecado. Aunque el conflicto era espiritual, los efectos se manifestaron en su cuerpo y también en su alma, él dijo: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte…» (Mateo 26:38).

 

Este fue el plan de salvación: si una criatura violentó la ley del cielo (que nadie puede ser como su Creador), «Ahora yo —dijo Dios— como Creador, voy a contrarrestar la ley del pecado, haciéndome hombre (criatura)». De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo, ese es el misterio de la piedad, el misterio del evangelio: «Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria» (1 Timoteo 3:16). ¡Oh, inescrutables son los caminos de Dios, insondables sus juicios, profundas son las riquezas de su sabiduría y de su ciencia! ¿Quién conocerá la mente de Dios, sino el Espíritu de Dios que mora en él? Pero Dios nos reveló estas cosas por el Espíritu (Romanos 11:33; 1 Corintios 2:16,10).

 

Dios se hizo hombre. ¡Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad! El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, porque el pecado comenzó cuando una criatura quiso ser como Dios, entonces Dios dice: «Ahora me haré una criatura». El pecado rompió la ley de la vida original, porque trajo la muerte, pero este a su vez fue destruido (y no será más) por una ley superior de vida, la cual es eterna. Dios contrarrestó la exaltación de la criatura (Satanás), con la humillación del Creador, haciéndose igual a nosotros. «Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:5-8). Él se hizo nada para ejecutar el plan de salvación.

 

Dios alteró, hizo sombra y aisló, para que el Santo de Dios no naciera con la herencia de Adán (Lucas 1:35). El Señor pudo venir con toda la potencia de los cielos y acabar de una vez por todas con el diablo, pero por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, dice en Hebreos: «…él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (Hebreos 2:14-15). Por eso Jesús, nacido del vientre de una mujer, no heredó nada en el sentido moral ni tuvo inclinación al pecado, porque él vino a representar a Adán, y con su santidad destruyó la pecaminosidad en el hombre. ¿Cómo lo hizo? Con la ley del Espíritu de vida contrarrestó la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2,3).

 

Entiendo que el Señor es el único que tiene derecho a traspasar y alterar sus leyes, por eso es Dios. Y él lo hace cuando quiere. Vemos que Dios abrió el Mar Rojo (Éxodo 14:16), detuvo el sol y la luna para alargar un día (Josué 10:13); Jesús caminó sobre las aguas (Mateo 14:25), ordenó calma a los vientos y al mar, y al instante vino una gran bonanza, en medio de una gran tempestad (Mateo 8:26), porque las leyes establecidas por Dios, no están por encima de él, sino que les están sujetas. Por eso es nuestra justicia, nuestro juez, nuestro legislador, nuestro rey y nuestro salvador (Isaías 33:22).

 

El pecado alteró para destruir, Dios alteró para dar vida. Nota que toda forma de pecado en el mundo se manifiesta en hechos contra las leyes de la naturaleza (la creación) y contra Dios (Creador). En la Epístola a los Romanos, el apóstol lo describe de la siguiente manera

 

..Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y CAMBIARON la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al  Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres CAMBIARON el uso natural por el que es CONTRA NATURALEZA, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzoso hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío» (Romanos 1:20-27).

 

Nota en la cita del párrafo anterior, el énfasis en la palabra «cambiaron»: «cambiaron la gloria…»; «cambiaron la verdad...»; «cambiaron el uso natural...» El pecado es un cambio, una alteración de lo que Dios ha establecido. La redención en Cristo Jesús deshace las obras del pecado y restaura todo al estado original.

 

La práctica de la homosexualidad, ya sea del hombre o la mujer (lesbianismo) es contra naturaleza. La idolatría también es una alteración, porque consiste en adorar a hombres, obras de artífice (yeso, madera, hierro, imágenes) y cosas creadas (aves, vacas, serpientes, ranas, el sol, las estrellas, etc.) en vez de adorar al Creador. Por eso, el problema grande de este planeta es el objeto de su adoración, ya que Dios legisló: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas... A Jehová tu Dios temerás, a él solo servirás, a él seguirás, y por su nombre jurarás. Él es el objeto de tu alabanza, y él es tu Dios, que ha hecho contigo estas cosas grandes y terribles que tus ojos han visto» (Deuteronomio 6:4-5; 10:20-21). Él debe ser el único objeto de nuestra alabanza.

 

Y nota que cuando el diablo trató de tentar a Jesús, todo fue enfocado, primeramente, en sacarlo de su obediencia perfecta al Padre, diciéndole: «...di a esta piedra que se convierta en pan» (Lucas 4:3). Pero como el Señor no fue al desierto a tener un banquete, sino que fue llevado por el Espíritu Santo, en ayuno y oración, a prepararse para el ministerio, para vencer al diablo donde él venció a Adán, Jesús le respondió: «Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios» (v. 4). Entonces, el diablo lo llevó a un alto monte, donde le mostró, en un instante, todos los reinos de la tierra, y le dijo: «A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos» (Lucas 4:6-7). Pero sólo Jehová es Dios, y precisamente Jesús vino a cumplir su voluntad, por eso le dijo: «Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás» (Lucas 4:8). No bastándole con ello, el diablo lo subió al pináculo del templo, en Jerusalén, para entrarlo en presunción, en falsa fe, diciéndole: «Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y, en las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra» (Lucas 4:9-11) Pero Dios, ni había subido a su Hijo allí ni tampoco le mandó a tirarse, por tanto, Jesús le respondió: «Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios» (v. 12). Jesús solamente tenía un Señor a quien obedecer, y ese es Dios. Obligar a Dios a realizar cosas que no están dentro de su voluntad, es tentarlo. No importa qué piense el tentador, Jesús nació y vino al mundo para dar testimonio de la verdad, no para hacer presunción de la misma.

 

Luego, el diablo trató de tentarlo en otras cosas (Lucas 4:13), pero encontró en Jesús a uno que la palabra de la serpiente no lo hipnotizaba ni le hacía ver lo malo como bueno, ni lo bueno como malo. Alguien que tenía la mente de Dios, y que tenía claridad de pensamiento y sus sentidos estaban ejercitados en la verdad. Alguien que nació en Espíritu, porque Jesús no solamente era Espíritu porque era Hijo de Dios, era Espíritu porque él nació por medio del Espíritu Santo que hizo sombra en el vientre de María. Por eso, todo aquel que viene al reino de los cielos es nacido igual que Jesús, sale del vientre de Dios, «... los cuales —dijo Juan— no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1:13).

 

¿Cómo obra Dios en nosotros el nuevo nacimiento? Haciendo una operación en tu interior, por medio del Espíritu Santo, el cual te dota de un corazón y un espíritu nuevo. La misma operación que el Espíritu Santo hizo en el vientre de María, que lo aisló, para que no contaminara el cigoto del Espíritu, así Dios puso una nueva naturaleza en ti, la cual, dice Juan, no practica el pecado y no puede pecar, porque es nacida de Dios (1 Juan 3:9).

 

En la salvación se alteran las leyes, porque el que es Justo, viene a pagar el castigo del injusto. Dice la Palabra que Dios de ningún modo tendrá por inocente al malvado, pero tampoco dejará caído al justo. Ahora, al que le llaman «Jehová, justicia nuestra» (Jeremías 23:6), estaba en agonía, sudando sangre, porque sería juzgado como pecador y siendo «santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos...» (Hebreos 7:26). Hay un pensamiento en el libro de los Hechos que es difícil de entender, pero cuando Pedro predica a los judíos les dice: «... matasteis al AUTOR de la vida…» (Hechos 3:15). ¿Cómo se puede matar al autor de la vida? ¿Cómo el que hizo la vida murió? Así es, y con ello es otra ley que se altera. Nota lo que le costó a Dios acabar con la ley del pecado: para contrarrestar a la criatura que quiere igualarse al Creador, se vuelve criatura; para terminar con el malvado, juzga como un criminal al que es inocente y justo; y para terminar con el reinado de la muerte, mata al autor de la vida.

 

Si analizamos el juicio que le hicieron a Jesús, veremos que fue ilegal. En el mismo se presentaron testigos falsos, y con ello no sólo se violaron las leyes judías, sino también las leyes de los romanos, con el único fin de condenar a Jesús. Inclusive el sumo sacerdote vino con una trampa, y le dijo: «Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios» (Mateo 26:63). Jesús sabía que, frente a esas palabras del sumo sacerdote, él no podía guardar silencio, aunque estaba consciente de que si hablaba se condenaba. Él les había dicho a sus discípulos que no se avergonzaran de él, por tanto, ahora no podía avergonzarse de la relación que tenía con el Padre, por eso se dijo: Entre negar lo que soy y decir lo que soy, prefiero decirlo, y respondiendo, les dijo: «Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo» (Mateo 26:64). A Cristo no le importó condenarse ante lo que era una farsa, una mentira, una manipulación, el uso de la autoridad sagrada de sumo sacerdote con fines viles. Él no cayó en el lazo, lo que pasa es que Jesús no podía negarse a sí mismo, negar que él era el Hijo de Dios que había venido a salvar al mundo.

 

 

Entonces, el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece?» (Mateo 26:65-66) Y con esto desató la furia de la turba quien lo sentenció a reo de muerte, le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban, y se burlaban (Mateo 26:67-68). Ellos condenaron a Cristo como blasfemo, pero un día, dice en Apocalipsis 1:7, aquellos que le traspasaron verán al Rey en su hermosura. Ellos lo verán sentado a la diestra del Padre, pero ya no tendrán esperanza.

 

La salvación y todo el sacrificio que conllevó Dios en realizarla se debió a que se alteraron leyes. Por lo cual, Jesús le dijo al Padre, entrando en el mundo: «Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo» (Hebreos 10:5) Y dice la Biblia que él, en su cuerpo, tomó la responsabilidad, y llevó la ley del pecado que cayó sobre Adán, en su carne (1 Pedro 2:24), porque era necesario que deshiciera las obras del diablo. Por eso es que para los judíos el evangelio les es tropiezo y una locura. Imagínate el que dice ser Dios, llevando el pecado; el que es justicia, llevando la injusticia; el bueno llevando la maldad.

 

Fíjate que cuando se rompe una ley, pasa algo, por ejemplo, se escucha como una explosión, cuando un avión rompe la velocidad del sonido. Cristo rompió una ley natural, cuando en su cuerpo clavó la ley del pecado y todo lo que era el viejo hombre, para que el cuerpo del pecado sea destruido (Romanos 6:6). La Palabra destruido, en griego, tiene un significado tremendo, porque es anular, y también desactivar algo. Me imagino cuando un terrorista pone una bomba en un edificio y entonces se llama a los agentes antiexplosivos. Faltan cuarenta y cinco segundos para que estalle todo y el experto, sudando, tratando de ver cuál es el cable que va a cortar, y lo hace justo antes de que estalle el artefacto. Así desactivó Cristo la ley del pecado que era contra nosotros.

 

El pecado era una bomba que nos separó de Dios, y nos llevaba cautivos a la destrucción total, pero vino Dios en el cuerpo de Cristo, y comenzó a operar para que no estalle, gastando en él hasta la última energía. «¿Cuánto le queda Padre?» Seguro preguntaba Jesús. Y éste le contestaba: «Son seis horas Hijo, aguántalo ahí, hasta que lo desactives, ya está perdiendo fuerza. Sigue ahí, contrarresta el pecado». Él soportó, y a las tres de la tarde, expiró. Con su muerte, el pecado fue desactivado. El espíritu de Cristo fue al Padre y el cuerpo murió, porque la carne era la que tenía que morir. Llegada la hora, la naturaleza fue alterada y sus leyes trastocadas. Dijo Lucas: «... hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad» (Lucas 23:44-45). Y Mateo narró: «…la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros…» (Mateo 27:51-52). La ley de la muerte fue destruida por una ley superior, la de la vida.

 

Ahora podemos entender y decir como dijo el apóstol: «... ninguna condenación hay para los que están EN CRISTO JESÚS…» (Romanos 8:1) ¿Por qué? Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús los ha librado (en griego, los ha libertado) de la ley del pecado y de la muerte. El cuerpo de Cristo que fue a la tumba, enterró con él la ley del pecado y de la muerte. Jesús, haciéndose pecado, destruyó el pecado, y „muriendo le dijo a la muerte: «Muerte yo soy tu muerte y tu destrucción (Oseas 13:14)» ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55)». Esa es la paradoja del evangelio: morir para vivir, «... llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos» (2 Corintios 4:10).

 

Luego que todo había pasado, al tercer día dijo Dios: «Así como la ley del pecado prevaleció, y en Adán la ley del pecado se multiplicó hasta llenar la tierra, ahora yo voy a hacer una nueva creación, para que la ley de vida prevalezca y el conocimiento de mi gloria cubra la tierra, como las aguas cubren el mar» (Habacuc 2:14). Adán fue hecho en el sexto día, Cristo murió el mismo día, un viernes. Dios reposó de todas sus obras el séptimo día (sábado), así también el cuerpo de Cristo reposó todo el sábado en la tumba de José de Arimatea. El 

domingo, que equivale al primer día de la creación, llegó el cumplimiento de la Palabra que fue dicha por Dios: «... he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento» (Isaías 65:17). Entonces dijo, frente a la tumba de Jesús: «Sea la LUZ», y Cristo que es la luz de mundo se levantó, tal como nos fue dicho: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (Juan 11:25) Y se levantó de los muertos, pues «... sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella» (Hechos 2:24). Dios no permitió que su alma permaneciera en el Hades, ni su Santo viera corrupción (Hechos 2:27).

  

En aquel momento de la resurrección también se alteró una ley, y hubo un gran terremoto (Mateo 28:2). Los sellos que pusieron para asegurar a aquel sepulcro volaron (Mateo 27:66), y la piedra fue removida (Mateo 28:2), y aun los guardias que fueron puestos para vigilar temblaron y se quedaron como muertos (Mateo 28:4). En aquel momento, Dios escribió una nueva ley: «Desde ahora en adelante no prevalece la ley del pecado, sino la ley de la vida. En vez de la muerte, la vida; en vez de la ley del pecado, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús». ¡Gloria sea a su Nombre! Eso es lo que celebras en el bautismo, amado hermano (Romanos 6:4). Tu vida en Adán, fue crucificada en la cruz del Calvario, y cuando eres bautizado en Cristo Jesús, estás sepultando tu cuerpo de pecado, para que no reine más Adán en tu cuerpo mortal, sino Cristo. Entonces, ya no le servirás más a la ley del pecado que te lleva hacia la muerte, sino a la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús.

 

Por eso es que a la nueva alianza se le llama el pacto del Espíritu y ministerio del Espíritu, porque Dios ha mandado su Espíritu, y hemos sido hechos moradas de Dios en el Espíritu. Ahora vivimos en el Espíritu, andamos en el espíritu, hablamos lenguas espirituales, y lo hacemos todo por el Espíritu. Esa es la ley de vida en Cristo Jesús.

 

Con el cuerpo de Cristo resucitado comenzó el reino de la vida y la ley de la vida. Se deshizo la ley del pecado, y comenzó la ley del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23). Este es el nuevo pacto que Dios anunció: «Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo...» (Hebreos 8:10)  Es en este nuevo hombre, nacido según Dios en justicia y santidad de la verdad, que conocemos a Dios y tenemos fe para creer que Jesucristo es el Hijo de Dios. 

 

 

este mensaje como todos los demás, es decisivo para tu vida y te responsabilizan delante de Dios para la Vida eterna oh la muerte Eternael que lee que entienda Mateo 24:15 Daniel 11:31, marcos 13:14 

 

Jesús ya hizo su Obra.!  tu que espera.?

 

Si usted desea más información acerca de cómo conocer a Dios, por favor pónganse en contacto con: 

 

Seguros en Cristo Ministry Col. 2.10 

Guildo Jose Merino 

segurosencristo@gmail.com

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Zürich / Schweiz

 

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