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„ La ley del Espíritu de vida“ Primera Parte



„Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque LA LEY DEL ESPÍRITU DE VIDA en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Romanos 8:1-2“

Estudiar acerca de las dos leyes, la ley del pecado y la del Espíritu, es algo de vida o muerte para nosotros debido a la trascendencia que tiene en nuestra vida cristiana el entender estas cosas. Tenemos que decir con tristeza que la iglesia no ha entendido todavía el alcance y lo imperioso que es el conocer lo que es la vida en el Espíritu. Entender limitadamente este mensaje nos ha llevado a vivir una vida cristiana restringida y exigua, pero Dios nos ha iluminado en el Amado, y aquellas cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han llegado a nuestra imaginación son las que el Espíritu Santo nos ha revelado. El hombre espiritual todo lo ve y lo discierne en el Espíritu, y nosotros somos hombres espirituales.

Recibir esta verdad de Dios como algo ajeno a nosotros, nos hace ver la vida en el Espíritu como un tipo y no como una realidad. La hemos visto como una sombra, y no como la imagen misma de las cosas. Siendo Así, percibimos que la vida nueva como una ilustración o tipología; y cuando decimos "nací de nuevo", pensamos que es una forma de decir el hecho de que ya no vivo como vivía antes, pero Dios nos ha enseñado por la Palabra, que el hombre nuevo no es la mejora de la vida pasada, ni tampoco es el viejo reformado o mejorado. El hombre nuevo es tal como lo dice la Biblia: un hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad de la verdad. Éste lleva la imagen del que lo creó. La Biblia es muy enfática describiéndolo. También la Palabra dice que somos participantes de la naturaleza divina y que somos renacidos no de simiente corruptible, sino incorruptible por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

Según Pablo, el hombre espiritual es aquel que ha nacido de nuevo, pero a la vez anda en el Espíritu. Tú y yo hemos nacido de nuevo y espero que estemos andando en el Espíritu. El hombre carnal, en cambio, es aquel que ha nacido de nuevo, pero anda en la carne, porque se comporta como un niño, limitado, viviendo en pleitos y rencillas, y hay en él inmadurez. Pero nosotros, en el hombre interior, hemos alcanzado madurez y es bueno que entendamos un principio que se expone en Romanos, capítulos 7 y 8. Para entender mejor, leamos desde el capítulo 7:15 en adelante, que nos servirá de contexto al 8:

„Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago [aquí está hablando el apóstol Pablo de un conflicto grande]. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne [en la naturaleza adánica], no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. 
Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta LEY: que el mal está en mí [es decir, el pecado es una ley, subráyalo bien en tu mente] ... pero veo otra ley en mis miembros [y la palabra otra, en griego, es heteros, que significa algo diferente en carácter, es decir que la está contrastando], que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros [y Pablo da un grito, por el conflicto que hay en él, entre el bien y el mal]. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado (Romanos 7:15-21,23-25).“

Pablo da gracias a Dios porque Jesucristo logró librarnos del cuerpo de muerte; y termina reconociendo al pecado como una ley en nosotros, algo que nos obliga, que nos impone, pero que ya Cristo venció anteponiendo en nuestra mente la ley de Dios. Tomando en cuenta que la Biblia no fue escrita en capítulos y versículos como la tenemos hoy, sino que estas divisiones fueron hechas después, el capítulo 8 continúa tratando acerca del conflicto expuesto en el anterior. Veamos como sigue:

„Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:1-4).“

Aquí podemos ver la gran lucha, la batalla que había en la mente de Pablo, entre la «Ley del Espíritu de Vida» y la ley del pecado. Y esto llegó a tal extremo que gritó desesperado: ¡Miserable de mí! Porque su hombre espiritual quiere hacer el bien y se deleita en hacer la voluntad de Dios, pero encontraba una ley en su cuerpo, que lo llevaba cautivo al pecado. Es decir, no quería pecar, pero ésta lo arrastraba, dando como resultado que con la mente servía al Espíritu y con la carne al pecado. El capítulo ocho es un cántico de victoria. En la última parte del siete se le da las gracias a Aquel que lo logró, al que condenó al pecado en la carne, Jesucristo, y que nos libró de la condenación de la ley. Por tanto, ahora no andamos conforme a la ley del pecado sino conforme a la ley del Espíritu.

No obstante, hay una palabra que hay que subrayar aquí y es la palabra LEY. Es muy importante que entendamos lo que es una ley. Veámoslo desde el punto de vista de los hombres, y luego lo veremos según el griego, como originalmente fueron escritos estos versículos. Una ley es una regla universal o estatuto que rige un acto o relación. Espiritualmente hablando, en Romanos 7:23, cuando habla de la ley del pecado, se refiere a una fuerza o influencia que nos conduce a una acción.

Cuando pensemos en una ley, pensemos en una muy conocida como es la «Ley de la Gravedad». Esta describe la fuerza en virtud de la cual los cuerpos tienden a dirigirse al centro de la tierra. Es decir, si yo lanzo cualquier cosa hacia arriba, inmediatamente desciende si no hay algo que la detenga, porque los cuerpos tienden a ir, por sí solos, al centro de la Tierra, por ley natural. La Biblia nos habla que, en la creación, Dios estableció leyes. Cuando todo estaba en anarquía, en caos, dijo Dios: «Sea la luz» (Génesis 1:3); e iluminó Dios. Luego comenzó a separar, y separó las aguas e hizo la expansión. Y a lo seco le llamó tierra y al agua le llamó mares, y a la expansión cielos. Y Dios dio mandamientos con su boca, porque dice: «y dijo Dios».

Y dice en Génesis: «Dijo luego Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche; y sirvan de señales para las estaciones, para días y años, y sean por lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue así. E hizo Dios las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas» (Génesis 1:14-16). Es decir, la lumbrera mayor, que es el sol, le dio el mandamiento de alumbrar sobre la tierra, de brillar en el día, y servir de señal para las estaciones, días y años. Esas leyes que Dios estableció, nunca se alteran, pues son reglas universales, fijas, que han sido establecidas y no cambian, ni varían. Nosotros estamos rodeados por leyes que no se alteran ni se modifican.

Dios le puso un término al mar. Vemos como el salmista inspirado lo dice: «Él fundó la tierra sobre sus cimientos; no será jamás removida. Con el abismo, como con vestido, la cubriste; sobre los montes estaban LAS AGUAS. A tu reprensión huyeron; al sonido de tu trueno se apresuraron; subieron los montes, descendieron los valles, al lugar que tú les fundaste. Les pusiste término, el cual no traspasarán, ni volverán a cubrir la tierra» (Salmos 104:5-9). Si 

miraras bien lo que es el océano, y ves que las aguas solamente llegan a la playa, es algo asombroso, algo que sólo Dios pudo hacer. A mí no me importa lo que digan los científicos, porque sé que eso es un misterio. Lo grande del mar, y el hecho de que llegue hasta la orilla, donde empieza la arena y la tierra, y no siga adentrándose, es el resultado de una ley, una ordenanza a la cual éste elemento ha sido sujeto (Proverbios 8:29). Dios separó las aguas de la tierra seca, y le dijo al mar: «Hasta aquí vas a llegar». Es decir, a menos que no haya un tsunami, un maremoto, un tornado o algo que altere la ley, el mar llegará hasta la playa. Sus olas podrán ir y venir; a veces llegarán un poquito más adentro, con furia y estruendo, pero no para romper el orden establecido, pues le ha sido puesto un límite.

Una ley es inmutable a menos que no se aplique una ley superior a esta que rompa sus principios de funcionamiento. Por ejemplo, la ley del viento, puede ocasionar que se rompa el curso del mar; también causas externas, como los fenómenos naturales (el niño, la niña, un maremoto, un tornado, etc.), podrán romper el orden, pero sólo temporalmente. Es decir, si no existe o no hay otra norma que intervenga sobre esa ley y la altere, se mantendrá fija porque está establecido así. Lo vemos en la vida de los hombres después del pecado, que les fue establecido morir una sola vez y después de esto el juicio (Hebreos 9:27). Ningún hombre puede encarnarse otra vez. También Dios ha establecido leyes en nuestro cuerpo. Vemos que el corazón bombea la sangre a través de las arterias en nuestro cuerpo, a un ritmo de sesenta a ochenta a pulsaciones por minuto, porque tiene una ley. Y así, a cada órgano del cuerpo le fue establecida una función y la está ejerciendo, constantemente.

Hay también leyes que son normativas, como los Diez Mandamientos, el Pentateuco, etc.; principios morales y espirituales, según el consejo de Dios. Si bien son otro tipo de leyes instituidas, pero si se alteran también pueden ocasionar cosas. La Biblia dice que el pecado tiene una medida que cuando se colma desciende la ira de Dios. Eso es una ley espiritual. Lo pudimos ver en el caso de Sodoma, cuando los hombres quisieron vivir con los ángeles (Génesis 19:5-7). Esto colmó la copa y el clamor de sus pecados subió al cielo. Los ángeles no vinieron a destruir, sino solamente a ver cómo estaba Sodoma (Génesis 18:21), a contactar si habían llegado al límite. Y justamente con ese pecado último, se rebosó la copa y descendió la ira de Dios.

Igualmente está el caso de los amorreos, cuando Dios le anunció a Abram: «Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza... Y en la cuarta generación volverán acá; porque aún no ha llegado a su colmo la maldad del amorreo hasta aquí» (Génesis 15:13-14,16). Y el Nuevo Testamento nos habla también de que el pecado tiene su medida, la cual cuando se colma, la ira desciende hasta el extremo (1 Tesalonicenses 2:16). Es decir, al colmarse la medida del pecado baja la ira de Dios, por lo que no es algo del pasado, del antiguo pacto, sino que es una ley espiritual que Dios ha establecido así hasta hoy.

También la gloria de Dios llegó al mundo justamente, cuando vino el cumplimiento del tiempo (Gálatas 4:4). En su tiempo, Dios envió a su Hijo, y cuando llegó el momento de la cruz, que la maldad iba a colmar la copa, Cristo intervino a tiempo, y destruyó la ley del pecado y de la muerte, y nos salvó de la ira venidera, porque cayó sobre él (1 Tesalonicenses 1:10).

Están igualmente las leyes de la soberanía de Dios. Dice la Biblia que a los que conoció a estos predestinó, o sea, que tú y yo hemos sido predestinados, para ser hechos a la imagen de su Hijo (Romanos 8:29). Y los que son creados de acuerdo a la imagen del Hijo, los llama y les da la fe para que sean justificados (Romanos 8:30). También los santifica y los glorifica, porque el que comenzó la obra la terminará hasta el día de Jesucristo. Eso es una ley espiritual, como es una ley natural que si naciste vas a crecer, te vas a multiplicar, te vas a casar y te vas a reproducir (si no te mueres antes). De la misma manera ocurre en el Señor, pues si Dios escribió tu nombre en el Libro de la vida, allá en su presciencia, en su predeterminación, en su elección ha sido establecido, que serás su hijo para siempre, pase lo que pase, pues la ley de la soberanía de Dios es inalterable.

El escritor inspirado dijo: «Tú has dado mandamiento para salvarme…» (Salmos 71:3), y cuando Dios da un mandamiento no se retracta, porque en él no hay sombra de variedad dice la Biblia. Por eso estamos seguros en Cristo Jesús, porque la voluntad de Dios es eterna. En Efesios 1:11 dice que él hace todas las cosas de acuerdo al designio de su voluntad. Por tanto, la voluntad de Dios está establecida como una ley, y cuando llega el tiempo se cumple. Nadie puede luchar contra la ley de Dios. Job preguntó: «¿Quién se endureció contra él, y le fue bien?» (Job 9:4). Por eso es que el diablo es un tonto, pues se levantó contra Dios, y dice la Palabra que no hay quien de su mano libre (Isaías 43:13). ¿Cuál es el fin del diablo? El lago de fuego (Apocalipsis 20:10). De ahí no hay quien lo salve, y puede hacer lo que haga, y no va a alterar el decreto de que fue destinado al fuego eterno. Por eso el diablo está preocupado, y ha descendido con gran ira, sabiendo que le queda poco tiempo (Apocalipsis 12:12).

En cambio, tú y yo estamos seguros, porque hay un mandamiento para salvarnos; se dio un decreto, una ley que no puede ser abrogada. Las leyes de los medos y los persas dicen que eran irrevocables, pero hay una ley que es mucho más irrevocable que cualquier ley de los hombres y es la ley de la soberanía de Dios. La ley de la voluntad de Dios nadie la puede alterar, ni el diablo, ni tus esfuerzos, ni tu intervención, ni nada. Mientras prevalezca el cielo y la tierra sus leyes estarán fijas y estables.

Yendo de lo conocido a lo desconocido, si continuamos leyendo, vamos a ver ahora la ley del pecado. La Biblia lo llama el misterio de la iniquidad, y aunque se está refiriendo al anticristo, la iglesia así lo ha entendido, que el pecado es un misterio, porque este mal comenzó en la presencia de Dios, donde todo era puro. Por tanto, es un misterio que nadie lo puede explicar, pero sí la Biblia nos revela muchas cosas acerca del mal. Ahora, yo no me voy a remontar a lo que pasó allá en cielo con Lucifer, sino a lo que pasó aquí en la tierra, después de su caída.

Si lees el capítulo 3 de Génesis en el Espíritu, notarás que hay algo que se altera: El diablo se convierte en serpiente. Esto fue una alteración, porque él no fue hecho serpiente, y se convirtió en serpiente, trastocando y cambiando lo natural, para engañar, para hacerles mirar a los ojos. ¿Qué hacen los magos delante de nosotros? Trucos. Desaparecen un pañuelo, y le muestran a tu vista una paloma, y si les insistes mucho te la convierten en un elefante. ¿Por qué? Porque todo es ilusionismo, engaño óptico. Algo que te hace ver que han ocurrido cosas imposibles o contrarias a las leyes naturales a través de un rápido juego de manos, frente a tus ojos. Esas mismas son las estratagemas del mal, porque se convirtió en un espíritu; en el espíritu de maldad, de iniquidad que está en aquel ser llamado 
Satanás. Él violó una ley del cielo que dice: «A Jehová tu Dios temerás, a él solo servirás, a él seguirás... Él es el objeto de tu alabanza, y él es tu Dios...» (Deuteronomio 10:20-21). Es decir, solamente al Señor se debe adorar y solamente él debe ser el objeto de nuestra alabanza. Ninguna criatura debe ser adorada, sino el Creador, por ser superior y por ser el Hacedor y Sustentador de TODAS las cosas. Él debe ser adorado por lo que él es, por lo que él ha hecho y por lo que él ha dicho.

Mas, vemos que hay una criatura que quiere ser igual a Dios, que quiere alterar una ley (y no una ley cualquiera, sino una ley de existencia) una ley eterna, porque Dios es eterno y todo lo que tiene que ver con Dios, sus atributos, su existencia, su vida, su voluntad y sus designios, todo es imperecedero. Ese ángel quiso alterar una ley eterna que establece que sólo Dios es el objeto de adoración de las criaturas, y nace en él el deseo de ser Dios, uno igual a él. Él quiere invalidar, alterar la ley que tiene que ver con que Dios es el único, y el todo en todos. Entonces anidó en su corazón la iniquidad: «Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:13-14). Proporcionalmente al tipo o clase de ley que él quería alterar, asimismo fue la alteración que hubo en su carácter y en su vida.

Si Lucifer hubiera violado una ley simple, así de simple hubiese sido su castigo, pero dependiendo de la magnitud de la ley, es la consecuencia de la alteración. Por ejemplo, la alteración de la ley de la respiración puede ser más fatal que la ley de suministrar agua al organismo. Se cree que un ser humano puede durar tres minutos sin respirar, sin oxígeno, pero si se violenta ese ciclo más allá de sus límites, seguro que pasará algo. Si interrumpes la respiración y llega a faltar oxígeno en la sangre, puede ser que sufras daños irreversibles en el cerebro o forzosamente te mueras. Pero si transgredes, por ejemplo, la ley de tomar agua por cierta cantidad de tiempo, que no llega a un límite, puedes alterar tu organismo y quizás te deshidrates, pero que no te mueras, porque no llegaste al borde, al lindero que, según el cuerpo, pude resistir sin agua. Entonces concluimos que de acuerdo a la ley que se altera, así es el mal que se produce.

La ley que violó Lucifer, fue la mayor del universo, aquella que establece que Dios debe ser el TODO en todos, y que solamente él debe ser adorado. Este lucero quería brillar más que Aquel que le da la luz a todo lo que alumbra en este mundo. Y al querer el diablo trastocar, cambiar, y alterar la ley de la adoración a Dios, y desviar la atención hacia él, se convirtió en algo espantoso, como un vástago abominable tal como lo describe Isaías (Isaías 14:19). Me imagino que de ahí vienen las imágenes o estereotipos con los cuales muchos representan al diablo. Pero lo más importante es que de ahí nació el misterio del pecado, el cual se convirtió en un espíritu en él, que es el espíritu de rebelión.

Este espíritu cuando vino a la tierra trajo la misma idea: «Yo soy una criatura, y voy a enseñar a todas las criaturas que ellos pueden ser adorados igual que su Creador». Por eso le dijo a la mujer: «... seréis como Dios...» (Génesis 3:5). El diablo hizo una ley del pecado, una ley de la rebelión, y con ella hubo una alteración. En el principio, Dios resumió su decálogo en una sencilla advertencia: «... mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2:17). Él estableció así la única ley que había en el huerto: Si comes (si desobedeces), morirás. 

Así lo estableció el Señor, pero el diablo les dijo: «No moriréis…» (Génesis 3:4), cambiando la ley, y dijo más: «…sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (v. 5). Hasta ese momento eran sólo palabras que se levantaban en contra de lo establecido, pues Satanás no tiene ningún poder superior para romper ninguna regla. Mas lo interesante es ver el efecto que produjo en Eva, el espíritu que portaban aquellas palabras.

La Biblia dice que las palabras son espíritu y tienen poder (Juan 6:63; 1 Corintios 2:4; 2 Tesalonicenses 2:2). Sabemos que por la Palabra Dios creó el universo, y que sustenta todas las cosas por la Palabra de su poder (Hebreos 1:3). También dice la Biblia que la Palabra se hizo carne en el Verbo (Juan 1:14), y trajo la redención. Todo lo que Dios hace, lo hace por decreto de su boca. Él dijo y fue hecho, mandó y existió. Jesús habló también del poder de la Palabra. Por ella nos atamos y nos desatamos, somos justificados y somos condenados. El Señor dijo: «... las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6:63). Dios dijo: «Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así... Luego dijo Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y fue así» (Génesis 1:11,24) Y de su boca salió la vida, el soplo, el mandamiento para dar vida. Cuando Dios habla edifica, bendice, es para bien, porque en su palabra sale lo que sale de su corazón, y su deseo es dar vida, bendición, poder y edificación.

La Palabra es útil para enseñar, para redargüir, y corregir, para instruir en justicia, para que el hombre de Dios sea entendido en toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17); y es eficaz y penetra hasta el alma (Hebreos 4:12). Dios hizo lo físico con la Palabra y todo lo hace con la Palabra. Dando mandamiento, Dios gobierna. Él mandó a los discípulos a que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre (Hechos 1:4-5), para que fuesen bautizados con el Espíritu Santo. Dios hace con sus manos, lo que prometió con su boca. Él usa la palabra, pero el diablo también. La diferencia estriba en que la boca del diablo es una fuente contaminada, engañosa, que es el  espíritu de la iniquidad, de pecado, de maldad; la estratagema de error que conduce a los hombres a quebrantar las leyes de Dios.
Ninguna criatura puede ser como su Creador, por eso, cuando el diablo le dijo a Eva: «... seréis como Dios...» (Génesis 3:5), vemos que la Biblia dice algo sin explicarlo, pero misterioso: «Y VIO la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría...» (Génesis 3:6) ¿De dónde salió eso? ¿Cómo es que ella ahora ve el árbol de otra manera? ¿Cambiaron sus ojos, su vista? No, lo que pasa es que hubo una palabra que la alcanzó y penetró en ella, cambiando así el deseo de su corazón. Es la ley de la iniquidad, que ella permitió que anidara en su mente.

Es interesante que, en griego, la palabra ley es nomos, y la palabra iniquidad es anomia, que significa carente de ley, trasgresión. El misterio de la iniquidad significa cambiar la ley, transgredir, violar lo establecido. Por eso el anticristo representa aquello que cambia la ley y se levanta contra todo lo que es Dios y es objeto de culto. Ese es el espíritu del anticristo, el de la iniquidad. Se siente con autoridad para cambiar las leyes de Dios, y persigue a sus santos, hasta que hace que los hombres le adoren a él. Es decir, no es que descarta el culto o lo excluye, sino que lo desvía hacia él. Ese es el anticristo, el espíritu de la iniquidad, aquel que hace leyes paralelas, que toma la Palabra de Dios de forma contraria a la que fue promulgada.

El pecado vino cuando se alteró una ley. Y sus consecuencias han sido tan desastrosas y trascendentales, porque la ley que se violó no fue una ordenanza cualquiera, sino que se atentó directamente contra el trono y la existencia eterna de nuestro Dios. Por eso el que ama al Señor aborrece el pecado. Temer a Dios es aborrecer el mal y amar el bien (Proverbios 8:13; Salmos 19:9). Dios no escatimó ni a su propio Hijo, con tal de destruir la ley del pecado. El pecado es un atentado continuo contra la majestad de Dios y contra su trono. Cuando David cometió el pecado de adulterio y mató a Urías heteo para tomar para sí su mujer (2 Samuel 12:9), al confesar su maldad exclamó: «Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos…» (Salmos 51:4), reconociendo que el pecado directamente ofende al único que es santo, al único que es puro: a Dios. David también pecó contra Urías Heteo, y afectó otras vidas, pero el pecado a quien más deshonra y agravia es a Dios, y David lo reconoció en su expresión «...contra ti solo he pecado».

La naturaleza de Dios es contraria a la ley del pecado. Dios es santo y el pecado te hace un maldito, porque te lleva a la rebelión. Dios es justo y el pecado te hace injusto, porque te lleva a injusticia. La ley de Dios es perfecta y justa, y te da vida, mas la ley del pecado es torcida y te lleva a la muerte. Hemos visto que la palabra es espíritu, por tanto, cuando el espíritu de las palabras de la serpiente entró a Eva, cambió sus ojos, su mirada, su intención, y su naturaleza. El hombre fue hecho por ley a imagen de su Creador: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Génesis 1:27). Esa era la ley de la creación del hombre, que por naturaleza fue hecho santo y puro como Dios, pero vino el espíritu de la serpiente y trastocó y cambió su naturaleza, pues introdujo en esa ley de santidad que sustentaba su creación, la ley del pecado.

Todo lo que es creado por Dios lleva a la vida, y todo lo que altera una ley de Dios, lleva a la muerte. Como sucede en lo natural, cada vez que se viola una ley física (cosa que hacemos constantemente), estamos destinando a la muerte lo violado. Si, por ejemplo, vives una vida sedentaria y no haces ejercicios, estás condenando tu vida a una existencia de menos años, porque los órganos de tu cuerpo fueron hechos para ser ejercitados. Hay una ley fisiológica que dice que el órgano que no se ejercita se atrofia, por eso las personas que hacen ejercicios le hacen bien a su cuerpo. Así también, existe una ley espiritual que dice que lo de Dios se ejercita, por ejemplo, la piedad, la cual es superior a la ley del cuidado corporal. ¿Por qué? Porque el ejercicio corporal es bueno para el cuerpo y nada más, en cambio la piedad para TODO aprovecha, porque tiene promesa de esta vida y promesa en el siglo venidero (1 Timoteo 4:8). Por eso Pablo le recomendó a Timoteo: «Ejercítate para la piedad» (1 Timoteo 4:7).
Así que el pecado se convierte en una ley, porque cambia una naturaleza. Éste alteró la ley de la existencia del hombre establecida por Dios. Si me pidieras que te explicara el pecado, te confieso que no lo sé todo, porque es un misterio, pero sí puedo entender cómo comenzó. Considero que no surgió porque Dios dijo: «Oh, este lucerito  se ha vuelto un tanto curioso, y hasta me quiere usurpar el trono. Déjame expulsarlo de aquí»; no, no, no. Es que está establecido por ley que el Creador solamente debe ser adorado. Y solamente JAH es Dios. Y una criatura puede ser semejante a él, pero no puede ser igual a él. Cuando una ley es quebrantada, nunca vuelve a su estado original, porque las consecuencias del hecho perturban y trastornan otras, pues todo está entrelazado, una cosa trae otra. Lo vemos en los malos hábitos o vicios. Si empiezas a ingerir un poquito de alcohol hoy y otro poco más mañana, el cuerpo empezará a acostumbrarse, y ya el organismo comenzará a demandarte la bebida. Sigues haciéndolo, y estableces una costumbre, al punto que al no ingerirlo te hace falta. Aquello que empezó como un desahogo de un momento, se convierte en una necesidad. Entonces dejas de ser una persona sobria, para convertirte en un alcohólico, aunque digas que no lo eres. Casi la mayoría de personas que usan sustancias narcóticas, empezaron probando un tabaco de marihuana, un «pase» sólo para probar, «para que no me cuenten» (se justifican), y tiempo después son drogadictos a quienes hay que lavarles la sangre, y someterlos a meses de tratamiento para desintoxicarlos, porque las drogas no sólo le producen una adicción física o fisiológica, sino también una dependencia psicológica. Y aquel que cae en vicios, no puede por sí mismo librarse de ellos.

Es decir, si trasgredes una ley y te mantienes quebrantándola, la infracción llega a ser en ti otra ley. Entonces ¿cómo se hace una ley? Cuando un hábito se repite. Vimos el caso de las adicciones, pero eso sucede también en detalles pequeñitos que lucen hasta inofensivos. Pasa con los que usan tomar un mate o una tacita de café como costumbre matinal. Oigo que muchos se vuelven adictos a eso, se enferman si no lo beben, y no lo pueden dejar. ¿Por qué? Porque ya se infringió una ley. El cuerpo soporta (no lo necesita) cierto grado de cafeína, y cuando lo sobrepasas se producen en ti cambios que te obligan a no abandonar la práctica, y se vuelve una necesidad. Y es que ya trastornaste una ley, y esa ley alterada se convierte en otra ley nueva: la ley del hábito.

Así como las palabras son espíritus, los hábitos también se convierten en espíritus, en prácticas que se repiten y repiten, hasta llegar a transmitirlo a otros, porque la maldad sigue hasta la cuarta generación (Deuteronomio 5:9), pero la misericordia llega hasta mil generaciones (Deuteronomio 7:9). Por eso vemos que ya los médicos no se conforman con un cuadro clínico del paciente, sino que indagan el historial médico de sus familiares. Asuntos como la homosexualidad, que muchos dicen que es algo genético, hormonal, etc., la Biblia nos dice que son espíritus (Romanos 1:26-27). Y veo que una estratagema que usan frecuentemente los homosexuales es la seducción, tratar con palabras, insinuar cosas (como hizo el diablo con Eva), de persuadir tu mente diciéndote: «Tú eres homosexual. Cada ser humano es hombre y mujer en sí mismo. Aunque eres hombre, tienes partes femeninas que necesitan ser atendidas». Y entonces tú,  que nunca has tenido ninguna duda en cuanto a tu identidad sexual, le contestas: «¿Yo homosexual? Estás loco, yo estoy muy definido y sé que me gustan las mujeres y odio todo eso». Pero éste insiste: «Yo soy homosexual y sé lo que te digo. Te lo veo en los ojos, aunque lo niegues a ti mismo. Esos que odian a los homosexuales es porque encubren sus propios deseos». Y sigue insistiéndote en lo mismo en cada oportunidad, y a tratar de seducirte en broma. Y llega un momento en que esas palabras (que son espíritus) te hacen dudar de lo que eres sexualmente. De esa manera es que los homosexuales cazan las almas inconstantes, a aquellos que no entienden o son débiles de mente y espíritu. Casi todas las personas que caen en la homosexualidad fueron violadas en su niñez. A un porcentaje muy grande les fue transmitida esa ley inicua de manera violenta o por seducción. Entonces, en vez de aborrecer eso, que no le gustó y trastornó su vida, van y lo repiten con otros, porque es una ley en ellos, es un espíritu. Los espíritus de los poseídos también repiten mucho la misma palabra. Cuando una persona está poseída (lo que los científicos llaman esquizofrenia, o trastornos de la personalidad) casi siempre son más de un demonio que la poseen, y cada uno de ellos tiene su peculiaridad. Los psicólogos consideran que la persona tiene múltiples personalidades, porque ellos no penetran en el área espiritual, sólo analizan el fenómeno desde el punto de vista psicológico. Mas nosotros, que vivimos en el mundo espiritual y lo conocemos, sabemos lo que hay detrás, porque 

el Espíritu nos revela todas estas cosas. No son múltiples personalidades, sino legiones, múltiples espíritus.
La ley de la herencia en lo natural está en los genes, y en lo espiritual en la naturaleza pecaminosa donde actúa la ley del pecado (Romanos 5:12; 7:23). Esta verdad se ilustra muy bien con la anécdota de un médico a quien, en medio de una charla, alguien le preguntó: «Doctor, yo sufro de esto, y de lo otro, y ahora estoy padeciendo de estos síntomas» y él le contestó: «El problema suyo es que no supo elegir a sus abuelos». ¿Por qué? Porque la ley de la herencia nos hace portadores involuntarios de la salud y las enfermedades de nuestros ancestros. Es cierto, Adán no tenía diabetes ni alta presión, entonces ¿por qué aquel sí la tiene? Porque en un momento dado el pecado que trastornó al hombre también afectó a toda la naturaleza (Romanos  8:22). Dios puso a Adán como cabeza de la naturaleza, y este le obedeció a la serpiente, y como la unción viene por la cabeza, la maldición también. Así que como la cabeza (Adán) fue dañada por el pecado, y dice la Biblia que somos esclavos de aquel a quien obedecemos, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia (Romanos 6:16), toda la naturaleza que estaba bajo la autoridad de Adán recibió la maldición, por la ley de la representación, lo que ahora sufrimos por la ley de la herencia. Por eso entendemos el por qué la Biblia habla tanto del pecado, y dice que la mente del hombre es de continuo al mal (Génesis 6:5).

¿Cómo vamos a hacer el bien estando habituados a hacer el mal? Escrito está: «No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos» (Romanos 3:10-18). También se lamentó el profeta Isaías: «¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás... ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la  cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga…» (Isaías 1:4-6). Esa es la ley del pecado, amado, que ha hecho al hombre viciado a los deseos engañosos (Efesios 4:22) y le obliga a andar en la vanidad de su mente entenebrecida (Efesios 4:17-18) esclavizando sus sentidos.

Por tanto, conforme a lo que fue dicho nos ha sucedido: «Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor» (Jeremías 2:22). ¿Puede cambiar el leopardo sus manchas o aquel que es negro su piel? (Jeremías 13:23), así tampoco el hombre puede cambiar su naturaleza porque es una ley. Dice Pablo: «Queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí» (Romanos 7:21). Y el Pablo que está hablando es el hombre nacido de nuevo, porque ningún hombre que no haya nacido de nuevo desea hacer el bien. Por eso dice: «Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros»  (Romanos 7:22-23). Cuando en ti solamente reinaba la ley del pecado no tenías ninguna lucha, pues si la carne te pedía fornicación, seguro la satisfacías; si era deseos, se los cumplías, y tu lema era: «Primero yo, luego yo, y después yo». Es decir, vivías para satisfacer los deseos de tu mente carnal, y no te debatías en ninguna lucha. En cambio, ahora que has nacido de nuevo, sí enfrentas luchas y conflictos, porque en ti moran dos naturalezas, y por ende te gobiernan dos leyes: la ley del Espíritu de vida y la ley del pecado.

Cuando el creyente anda en el Espíritu tiene luchas, porque la carne es contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Estas dos naturalezas batallan entre sí para que él no haga lo que quiere (Gálatas 5:16-17). Entonces, aquella libertad a la que fue llamado, que le ha rescatado de su vana manera de vivir, no sirve de nada si él satisface los deseos de su carne que le sujeta de nuevo al yugo de esclavitud. El hombre natural no tenía voluntad, porque la carne lo llevaba involuntariamente al mal; mas cuando nació de nuevo, fue dotado de la capacidad para desechar el mal y andar en el bien. Pero gracias a Dios que, si antes teníamos sólo una ley, la del pecado que nos llevaba a la muerte, ahora tenemos la ley del Espíritu que nos lleva a la vida en Cristo Jesús. Hoy podemos entender a qué vino Cristo. Lo que el Señor hizo por el mundo no fue cualquier cosa. A través de Jesucristo se creó una nueva naturaleza para los hombres aquí en la tierra.

Vemos que, en su agonía, Jesús sudaba sangre, porque el trance era de tan gran magnitud que su cuerpo se alteró, y su mente rehuía el conflicto, y eso era tan fuerte que la sangre le salió por los poros, e hizo una extravasación. Por los poros se supone que salga sudor, no sangre. Es totalmente anormal desde el punto de vista fisiológico. En el cuerpo de Jesús se rompió una ley (Lucas 22:44). En su cuerpo comenzó a sentir el peso de la maldición de la ley del pecado. Aunque el conflicto era espiritual, los efectos se manifestaron en su cuerpo y también en su alma, él dijo: «Mi alma está muy triste, hasta la muerte…» (Mateo 26:38).

Igualmente, cuando Cristo se hizo carne en María, rompió la ley de la concepción. Por eso María dijo: «¿Cómo será esto? pues no conozco varón» (Lucas 1:34) y el ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (v. 35). Es decir, lo que el Señor haría en ella no era por la intimidad con un hombre, sino por voluntad de Dios. Ese niño no nacería de la unión de un óvulo y un espermatozoide, sino que el Espíritu Santo le haría sombra, y lo que nacería de su vientre sería el Santo de Dios. Así como el pecado alteró las leyes para perder al hombre, así Dios alteró leyes para salvarlo.

este Tema continua en  una segunda parte.........

Seguros en Cristo Ministry Col. 2.10 
Guildo José Merino 
www.tiemporeales.blogspot.com
Zürich / Schweiz

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