(Efesios 12:14)
Muchas veces pensamos que la santidad
envuelve lo que se ve por fuera.
Lo que una persona usa o deja de
usar. Y aunque la santidad es algo que se refleja por fuera, mucho
tiene que ver con lo que hay dentro de nosotros. Hoy medito sobre estas cosas y deseo hacerles
notar que.
Santidad implica que…
Con la boca que alabo y exalto el nombre de Dios, no hable o murmure
sobre el pastor, los líderes, los amigos o las demás personas. Mucho
menos que levante falsos testimonios, ande en rebeldías, divisiones o
murmuraciones.
Que con los ojos que miro las bellezas
que hizo mi Creador no esté viendo cosas que a Dios no lo agradan, tales
como la pornografía, cosas violentas, etc. Que mis ojos no codicien la
mujer o el hombre ajeno o mire
con lujuria a otra persona.
Que con la boca que he confesado
bendición luego confiese maldición. O que hable muy bonito en la
iglesia o frente a las demás personas y luego cuando nadie me ve o en el
núcleo de mi casa hable palabras obscenas y malas.
Que sea el mismo o la misma dondequiera
que esté. Que no sea una cosa dentro de la Iglesia y otra fuera de
ella.
Que debo tener cuidado que con esas
manos que hice cosas lindas para Dios y que lo alabe no vaya a
utilizarlas luego para robar, maltratar, herir o lastimar.
Que trato de guardarme para Dios y
apartarme de las cosas del mundo que sé, traerán destrucción a mi vida espiritual.
Que debo tener cuidado con lo que mis
oídos escuchan, lo que mis pies pisan, la senda por donde camino y lo
que permito que entre a mi mente.
La santidad me lleva a no incitar a la
violencia ni al pecado a otras personas. A no maltratar física, verbal o
emocionalmente a mis seres queridos, ni a los que me rodean.
No significa que sea perfecto o más
“santo” que otros, significa que estoy haciendo el intento de cada día
ser mejor para llegar a ser como Jesús siguiendo su ejemplo.
A veces nos dejamos llevar solo por lo
que vemos desde afuera, nos concentramos en el exterior y no
identificamos que muchas veces aquellos que parecen ser “santos”
son solo sepulcros blanqueados, por fuera tan hermosos, pero
por dentro destrozados y podridos. Hoy más que nunca tenemos que
pedirle a Dios discernimiento para que él nos muestre más allá de lo que
las cosas o personas aparentan ser. Brindémonos la oportunidad de dejar a un lado nuestros prejuicios
para que podamos conocer a gente que de verdad aman a Dios y quieren
hacer la diferencia, pero que tal vez no le hemos dado la oportunidad,
porque no hemos sabido mirar más allá.
Porque Dios ciertamente escudriña las mentes y los corazones.
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