A partir de este lunes y hasta el 18 de diciembre, miles de expertos y representantes de los 192 países miembros de Naciones Unidas debatirán en Copenhague cómo lidiar con el cambio climático, una de las mayores amenazas a las que se enfrenta el planeta.
La cumbre en la capital danesa es la culminación de un proceso de preparación que se inició en Bali en 2007.
De cumplirse las expectativas, la XV Conferencia Internacional sobre el Cambio Climático –como se conoce oficialmente a la cumbre de Copenhague- podría marcar un punto de inflexión en este ámbito.
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Un éxito sería la firma de un acuerdo vinculante –que debe ser cumplido por todos los signatarios- que sustituiría y ampliaría el actual Protocolo de Kioto.
La esperanza de los países en desarrollo es que los industrializados se comprometan a reducir las emisiones de gases con efecto invernadero.
Además, los participantes deberían establecer los mecanismos para el desarrollo de tecnologías verdes y energías renovables tanto en los países ricos como en los estados en desarrollo.
Si bien el éxito es posible, el fracaso también. Y entre un extremo y otro, dos semanas de arduas negociaciones durante las que los países expondrán intereses muchas veces encontrados en nombre del bien común.
Pero, ¿qué tanto afecta a América Latina lo que suceda en Copenhague?
Aunque la gran mayoría de los países de la región no se cuentan entre los más influyentes en las negociaciones, Latinoamérica tiene mucho que ganar o perder en Copenhague.
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Afectados y pioneros
Una región vulnerable
- Los países que comparten los Andes tropicales –Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela- están muy expuestos al aumento de las temperaturas en la montaña, y en concreto a las repercusiones que esto puede tener en la reducción de las reservas de agua.
- Muchos países, en particular Honduras, México y Nicaragua, son muy vulnerables a la intensificación de fenómenos meteorológicos extremos como los huracanes.
- Las zonas bajas del Caribe y América del Sur –como la península de Yucatán en México, Belize, Guyana y Guayaquil- podrían ser áreas de riesgo ante una posible subida del nivel del mar.
- Nueve países de la región comparten la selva de la Amazonía, que contiene dos tercios de la biomasa y de los bosques tropicales del mundo. La rápida pérdida de zonas boscosas podría ser la consecuencia más importante del cambio climático en América Latina.
En primer lugar está la cantidad de dinero que se pondrá al alcance de los países de la región para ayudarlos a luchar contra el cambio climático.
América Latina sólo es responsable del 12% de las emisiones mundiales de gases de invernadero, pero es muy vulnerable al impacto del calentamiento global.
Por ello, las discusiones de Copenhague sobre la Reducción de Emisiones Derivadas de la Deforestación y la Degradación Forestal (REDD, por sus siglas en inglés) son tan importantes para la región.
Brasil, Perú y otros países se encuentran en el centro de las negociaciones sobre la mejor manera de financiar proyectos que permitan dejar los bosques intactos y reduzcan las emisiones de CO2 que proceden de ellos. Las posibilidades van desde la financiación a través de mercados privados o a través de los gobiernos occidentales.
Por otro lado, algunos países Latinoamericanos se cuentan entre los pioneros en el tema de protección medioambiental. Costa Rica está intentando llegar a absorber la misma cantidad de CO2 que emite. Brasil y México ya han establecido objetivos voluntarios para recortar sus emisiones de gases de invernadero. Perú se marcó como objetivo una tasa cero de deforestación.
Cada vez más preocupados
Argentina, México y Brasil protagonizarán los debates sobre cómo transferir tecnologías verdes y proyectos de energías renovables desde los países ricos a los países en desarrollo, otra de las cuestiones centrales de las conversaciones de Copenhague.
Pero, ¿les importa a los latinoamericanos el cambio climático? Encuestas de opinión recientes muestran que la población de la región está más preocupada por este asunto que la de otras partes del mundo.
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De este modo, existe una presión creciente sobre los gobiernos para que se hagan escuchar en aspectos clave de las negociaciones, como la adaptación de la financiación a los nuevos problemas climáticos, la transferencia de tecnología y la conservación de la selva.
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