Apenas nadie en este valle suizo parece advertir lo que se mueve bajo sus pies. Nada vibra ni se corta la leche, ni los quesos ruedan pendiente abajo, pero bajo esta engañosa tranquilidad se ha puesto en marcha uno de los mayores monstruos científicos concebidos por hombres. El fin de semana, frío y soleado, los esquiadores se felicitan por una nieve aún no helada sin saber que, a sólo cien metros bajo la superficie, se encuentra el punto más frío del Universo. Si arriba hace un grado sobre cero, debajo, en el tunel del Colisionador de Hadrones, también hace poco más que un grado, pero por encima del cero absoluto (-273º); una temperatura hasta ahora sólo teórica.
El LHC acaba de acelerar elevando la energía de sus haces de partículas subatómicas más allá del teraelectrovoltio, una medida indescriptible; pero valga decir que alcanzar los 1,18 TeV desbanca a la mayor descarga creada bajo el control humano. el record estadounidense de los 0,98 TeV del colisionador Tevatron en 2001.
«Y es sólo una prueba, estamos sólo calentando», dice contradictoriamente James Gillies, pero recuerda que el LHC acaba de ser encendido, después de año y medio de reparaciones; y sus ocho sectores apenas enfriados hasta extremos desconocidos, antes de poner a circular los haces y probar a hacerlos colisionar por primera vez, con el resultado del billón de electrovoltios pero, por inconmensurable que resulte, es considerado de baja energía.
Tras desfases de calendario, el entusiasmo crece por momentos tras el record del domingo, «pero aún guardo el champán en la nevera», dice con reserva su director. El LHC pretende lograr en el nuevo año el objetivo de 3,5 TeV de energía por haz, según Rolf Heuer, director general del CERN (Centro Europeo de Investigación Nuclear), antes de intentar, pasada la primavera, la explosión cataclísmica de 7 TeV. Entonces Heuer y sus 7.000 científicos esperan asomarse al origen de las cosas. «Esto es ciencia, no sabemos nada», concede la portavoz del proyecto Atlas, Fabiola Gianotti, una de las agencias que controlarán los resultados.
La máquina del tiempo hacia el Big Bang habrá costado 4.000 millones de euros, incluyendo los 26,5 millones de reparar la congelación por escape de helio, hace un año, y la nueva alerta para sortear otro parón similar en los magnetos conductores. Aún días antes de arrancar de nuevo, una miga de pan «desprendida por un pájaro» cortacircuitó los generadores exteriores, apenas semanas después de la detección de un físico por tratos terroristas.
Desde el 20 de noviembre, los haces de protones han sido mantenidos con vida hasta cerca de 10 horas y la prioridad es «manejarlos de manera segura y estable», así aumente la velocidad, dice el director Steve Myers. Por ahora no importa el tamaño de los haces, explica James Gillies, pero para afinarlos hasta hacerlos colisionar «los protones deben estar muy comprimidos». Es como «lanzar agujas por el Atlántico» y pretender que choquen en el aire.
Cataclismo energético
Tras los próximos meses de experimentos graduales, con los protones a velocidades cercanas a la luz ; alineados los haces y lanzados contra sí dentro del anillo subterráneo, chocando y explosionando, entonces empezará de verdad la física recreativa. Si el cataclismo energético es el orgasmo creador del Universo o sólo el estertor posterior, o un mero interruptus, podría demostrar al menos que si la física puede ser una ciencia casi exacta, el hombre, ni siempre, ni tanto.
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