En el Nuevo Testamento no existe un tratado sistemático ni una definición de Dios. Aquí uno se encuentra con Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios hecho hombre, quien por ser realmente Dios y realmente hombre, nos revela quién es Dios y, quien por su relación con Dios, su Padre, dice cómo hay que relacionarse con Él. "Jesús de Nazareth es la revelación absoluta de Dios a los hombres".
En otras palabras, Dios toma un rostro humano en Jesús, quien con su vida, su mensaje, sus acciones y su muerte, nos enseña a vivir la vida desde Dios y para Dios.
El Dios manifestado en Jesucristo es el mismo del Antiguo Testamento. Jesús de Nazareth era judío y como tal vivió la experiencia de su Dios, y recibió la tradición de su pueblo. Pero la entendió, la vivió y la transmitió de una manera peculiar.
El Dios que libera al pueblo de Israel de la opresión de Egipto es el Dios de Jesús cuando se preocupa por el dolor de la viuda, o por el padre que tiene a su hija enferma, o por la multitud hambrienta que lo rodea, o por Martha que ha perdido a su hermano, o por los esposos a quienes se les ha terminado el vino para sus invitados.
Jesús no enseña teorías sobre Dios sino que habla del Reino de Dios en el mundo. Y si Dios reina, debe existir la fraternidad, impera la justicia, y lo material se relativiza. El reino es de los pobres, de los humildes, de los pequeños.
El Dios de los pobres que predican los profetas cuando piden justicia es el Dios que proclama Jesús en el sermón del monte. Los pobres son dichosos porque de ellos es el Reino. En Jesús no cabe la menor duda acerca de su opción por los que el pueblo menospreciaba: las mujeres, los huérfanos, las viudas, los niños, los que carecían de voz y no tenían quien pusiera la cara por ellos. Podría decirse que las palabras más fuertes que predica Jesús fueron pronunciadas contra los que querían asociar al Dios Padre con la opresión social, o sacralizarlo por el egoísmo de los hombres. Por eso proclama como bienaventurados a todos los que han elegido la pobreza porque tienen a Dios como a su rey, y predice que sólo entran en el reino de los cielos, los que son capaces de hacerse como niños, es decir, los que nada tienen, necesitan el apoyo de los mayores, no ejercen influencias ni poder, pero se sienten seguros en los brazos de sus padres.
El Dios de Jesús es el Dios del Sinaí, pero en la nueva alianza la exigencia supera el cumplimiento de la norma, ya que la letra de la ley mata, pero el Espíritu da vida (2° Corintios 3:6). Es un Dios que permite relativizar el orden legal vigente porque el hombre no se hizo para la ley sino la ley para el hombre, (Marcos 2:23-28); un Dios que enseña a leer la ley desde el compromiso profundo y la radicalidad del seguimiento; ya no es necesario lavarse las manos antes de las comidas como lo prescribía la ley, porque ahora no hace daño lo que entra por la boca sino lo que sale del corazón (Marcos 7:1-15).
Para el Dios de Jesús ya no basta la ley antigua porque ha llegado el momento de su plenitud. El mandamiento supremo es el amor y su manifestación, la justicia. Varias veces el evangelista Mateo plantea la antítesis: "Habéis oído" (en la tradición de la ley), "pero yo os digo" (Mateo 5). Tampoco es válida la ley del talión: "ojo por ojo, diente por diente" sino que es necesario perdonar al que nos ofende, no siete veces sino setenta veces siete (Mateo 18:21-22) y amar al enemigo y orar por los que nos persiguen (Mateo 5:44).
El Dios de Jesús es el Dios de la vida, porque está pendiente con actitudes cariñosas de todos los hombres, de los pajaritos y de las flores. Dios no quiere las lágrimas ni los sufrimientos de los hombres, y por eso envió a su Hijo para enjugar las lágrimas de los que sufren, y a devolver la vida del hijo de la viuda (Lucas 11:7-17), y del hermano de Marta y María (Juan 11); pero al mismo tiempo Jesús anuncia que el Reino de su Padre es para los que sufren y lloran, porque como Dios asume el mundo y nuestra vida como realmente son, con sus dolores y sufrimientos, ha decidido liberar a sus criaturas a quienes dio la vida y quiere conservarlas.
El Dios misericordioso de los salmistas y profetas es el Dios de Jesús, pero en su experiencia hay también una novedad. Ya no es sólo el Dios de los piadosos y justos, sino el de los pecadores y las prostitutas (Mateo 21:3-1). Un Dios que ofrece un perdón sin límites de manera gratuita; que se hace invitar por los odiados publícanos (Lucas 19:1); que cura a los enfermos; que se preocupa por el dolor de la viuda; que ordena perdonar "setenta veces siete" (Mateo 18,22); pero que a la vez se muestra exigente con el hombre: si tu mano te es ocasión de caer, córtatela. Más vale que entres manco en la vida que con las dos manos ir al infierno, al fuego que no se apaga. (Marcos 9.43).
Primera Parte Las tres primeras bestias/la estatua de metales; la cuarta bestia Estudio bíblico escatológico “Después de esto miraba yo en las visiones de la noche, y he aquí la cuarta bestia, espantosa y terrible y en gran manera fuerte, la cual tenía unos dientes grandes de hierro; devoraba y desmenuzaba, y las sobras hollaba con sus pies, y era muy diferente de todas las bestias que vi antes de ella, y tenía diez cuernos. Mientras yo contemplaba los cuernos, he aquí que otro cuerno pequeño salía entre ellos, y delante de él fueron arrancados tres cuernos de los primeros; y he aquí que este cuerno tenía ojos como de hombre, y una boca que hablaba grandes cosas” (Daniel 7: 7: 8) A diferencia de algunos que hoy en día dicen tener sueños y revelaciones, pero que nada tienen que ver con la Palabra, Dios sí le habló al profeta Daniel. En el libro de Daniel, Dios reveló acerca de lo porvenir en cuanto al dominio mundial dos veces, aunque de manera diferente. Primeramente lo hizo a través
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