Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2 Tim. 4: 8.) Antes de entrar en la ciudad de Dios, el Salvador confiere a sus discípulos los emblemas de la victoria, y los cubre con las insignias de su dignidad real. Las huestes resplandecientes son dispuestas en forma de un cuadrado hueco en torno de su Rey, cuya estatura sobrepasa en mucho en majestad a la de los santos y de los ángeles, y cuyo rostro irradia sobre ellos lleno de amor benigno. De un cabo a otro de la innumerable hueste de los redimidos, toda mirada está fija en él, todo ojo contempla la gloria de Aquel cuyo aspecto era tan desfigurado "más que cualquier hombre, y su forma más que los hijos de Adán". Sobre la cabeza de los vencedores, Jesús coloca con su propia diestra la corona de gloria. Cada cual recibe una corona que lleva su propio "nombre nuevo", y la inscripción: "Sa
Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Mat 22:29