Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo. Prov. 5:15.
Desear lo que le pertenece al vecino, es propio de la naturaleza humana. Si algún día tú te sorprendes deseando algo ajeno, no te asustes. Eso es prueba de que tú eres apenas un ser humano.
El problema comienza cuando tú permites que ese deseo anide en tu cabeza y se posesione de tu corazón. Hay personas que pueden caer hasta en el peligroso terreno de la obsesión.
La ambición es saludable, siempre que sea el anhelo de alcanzar un blanco en la vida. Una persona sin ambición, entra en el terreno de la mediocridad y se mete de cabeza en el fracaso. Lleno de polvo y oxidado, envejece sin haber llegado a ningún lugar, después de haber dado vueltas y más vueltas alrededor de sus lamentos y quejas.
Pero, cuando la ambición se transforma en el desequilibrado deseo de querer todo para sí, tú estás ante una enfermedad que te traerá frustración y amargura. Nadie tiene porqué luchar contra los otros. No hagas de la vida una competición contra rivales que solo existen en tu mente. El mundo es grande y hay un universo de oportunidades para todos. Cada uno puede realizar sus sueños sin entorpecer los sueños ajenos. Aprende a ser feliz con la victoria de los otros.
La codicia es una enfermedad del alma. El remedio no está únicamente en las manos del psicólogo, porque no es solo una alteración de la mente. Es una herida del espíritu que necesita ser tratada por el Médico divino.
El libro de Proverbios es una colección de consejos dados por Dios para que tengamos una vida plena y saludable. El Señor no está preocupado solamente por tu cuerpo, sino por todas las áreas de tu vida, y él sabe que cuando la criatura es dominada por el virus de la codicia, no puede ser feliz. La vida se transforma en el permanente dolor de creer que lo que los otros tienen es mejor. Tal persona, deja de observar y disfrutar de las cosas bellas de la vida, para concentrarse en admirar las adquisiciones de todo el mundo, menos las bendiciones que recibió de Dios.
Jesús quiere que tú seas feliz. Quiere curar las heridas ocultas de tu corazón, heridas que nadie ve, y que nadie conoce, pero que sangran, incapacitándote para ser un ser humano realizado y próspero. Por eso, Jesús te dice hoy: "Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo".
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