„Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. Mateo 26:41 “
El nuevo hombre desea estar con Dios, y el Espíritu de Dios también anhela esa intimidad celosamente. Jesús dijo: «Velad y orad para que no entréis en tentación, el espíritu a la verdad está dispuesto pero la carne es débil» (Mateo 2:41). Y yo pregunto: ¿Cuándo Jesús dijo estas palabras? Se las dijo a Pedro, a Juan y a Santiago (Jacobo) en el momento del Getsemaní. Jesús estaba en el gran conflicto de su ministerio, estaba sudando sangre, había llegado el momento de ir al lagar, solo, y sufrir el juicio por nosotros. En ese momento comenzó a sentir el peso de la culpa del pecado de los hombres, y agonizó en la presencia de su Padre. Entonces llamó a Pedro, y a los hijos de Zebedeo, a orar con él. Ellos se quedaron dormidos y él los reprendió, diciéndoles que el espíritu está dispuesto. Mas ¿para qué está dispuesto el espíritu? El espíritu, la naturaleza nueva que Dios nos ha dado, está dispuesto para buscar a Dios. El hombre nuevo tiene inclinación hacia Dios. Él ama la oración, ama la alabanza, ama la devoción, ama la consagración, ama el servicio a Dios, ama la sujeción a Dios, y en todo está dispuesto para su Creador.
Hay un grito desde el interior de todo creyente que lo puedes escuchar en ti, porque esa naturaleza está clamando: «¡Más de Dios! ¡Más de Dios! ¡Más de Dios! Intima con él; busca a Dios; escóndete en él; entra en la cámara secreta con tu Padre, en lo reservado de su pabellón». Y cuando descuidamos nuestra comunión con Dios, escuchamos ese insistir que muy adentro nos dice: «Ponte a orar, no estás dedicando tiempo a la comunión; te quiero en el secreto conmigo». Y a veces hay una lucha porque estamos cansados. Nuestra mente está abrumada con los afanes de la vida, los engaños de la riqueza, los deberes y las actividades. Pero a pesar de que, por ejemplo, las grandes ciudades nos absorben, todo el que ha nacido de nuevo siente en su interior una demanda interna, un llamado a la intimidad con Dios. ¿Por qué? Porque el espíritu se alimenta de Dios. La naturaleza santa se nutre de él y lo necesita.
Jesús dijo que el espíritu siempre está presto. Si estuviéramos más atentos a los deseos de nuestro espíritu, escucharíamos mejor su clamor y sus demandas. El hombre que no ha nacido de Dios no siente eso. Solamente el nacido de nuevo tiene esa necesidad en su interior. La misma invitación que el Testigo fiel hizo a la iglesia de Laodicea, es la misma que el Señor siempre nos hace a todos: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). El cenar juntos, para los antiguos, era casi siempre una invitación sólo para los que estaban en pacto. Era una oportunidad que buscaban los amigos, con el fin de
satisfacer la necesidad de intimidad y estrechar los lazos de amistad. No se invitaba a todo el mundo a cenar, ni el objetivo era «llenarse el vientre», sino fortalecer la relación. De la misma manera, el Señor quiere tener una comunión contigo. Él a través del Espíritu Santo dentro de ti clama cada mañana. A veces despiertas, y piensas que es que perdiste el sueño, o que estás preocupado por algo, y no entiendes que Dios te quiere en su presencia.
El Espíritu puede advertir a tu espíritu cuándo se aproxima el peligro, pero nosotros, muchas veces, con nuestro pobre entendimiento, no podemos percibirlo. Entonces Dios comienza a hablarnos en nuestro espíritu, a anunciarnos lo que viene. Quizá ese día o el día siguiente, vamos a pasar por una gran tribulación, posiblemente nos espera una provocación, y el Espíritu está gimiendo, clamando, invitándonos a orar, incitándonos a la comunión, para fortalecernos en el hombre interior, y podamos así resistir en el momento de la prueba, en el día malo. Pero casi siempre somos necios y nos dejamos llevar por la demanda del sueño, la apatía, esa zona de comodidad de nuestra carne que no le gusta ser invadida.“
Muchas veces le preguntamos al pastor o al evangelista: «Hermano, ¿cómo puedo yo vivir una vida cristiana victoriosa? ¿Cómo consigo tener devoción con Dios? ¿Cómo puedo disfrutar el servicio a Dios?» Pero yo te digo, hermano, eso solamente lo enseña el Espíritu Santo. Un pastor, un predicador o un evangelista, te puede instruir en lo que dice la Palabra, pero si tú escucharas al Espíritu Santo, dentro de tu hombre nuevo, clamando; si tú escucharas un poquito más a tu espíritu, que te dice lo que él necesita, vivirías una vida espiritual triunfante.
La Palabra dice que no demos lugar al diablo (Efesios 4: 27), y cuando andamos en la carne, es como si abriéramos una puerta para que él entre. La carne no entiende, ni quiere las cosas espirituales (Romanos 8:7-8). Todo lo que quiere el hombre carnal es vivir en la comodidad de un hogar, y en caso de tener una relación con Dios, que no le cueste el mínimo sacrificio. Eso son los parámetros del hombre moderno: desarrollar la tecnología para vivir una vida «plácida y feliz
Fíjate en todos los aparatos y máquinas inventadas por el hombre, su objetivo es simplificar el trabajo. Y no es que yo tenga ideas retrógradas, ni que estoy opuesto al progreso, sino que me levanto en contra del espíritu de pereza que está produciendo en nosotros estas comodidades. ¿Quieres hacerte rico en esta vida? Bueno, comienza a pensar en qué necesita la gente para trabajar menos y acomodarse más, e inventa una máquina o aparato que logre eso. Ese es el secreto de la riqueza en este mundo. La culpa no la tiene la tecnología, sino que nuestra naturaleza
hagáis lo que quisiereis» (Gálatas 5:17). El espíritu anhela orar, la carne quiere dormir. No es de sabio seguir el deseo de la carne, sino los dictámenes del Espíritu.
Aun aquellos que tienen el don de la intercesión, que pasan mucho tiempo en la presencia de Dios, porque fueron llamados y capacitados por él para interceder por la iglesia, tienen momentos en que la carne se sien te pesada e indispuesta para orar. En mi caso, debo confesar que me ha pasado. Hay ocasiones que mi espíritu quiere orar, pero siento una gran pesadez. Mas me tiro de rodillas, callado (porque a veces tampoco tengo deseos de hablar), para buscar comunión con el Padre, y me quedo quieto, allí, meditando. Y veo, que después de un rato, el espíritu comienza a fluir, y a desear la presencia de Dios, y yo empiezo a sentir una sublimidad en mi ser, una gran elevación. Es como si me abrieran la comunicación, como si me levantaran el teléfono en el cielo y empiezo a hablar con mi Rey. Así, aquel que, al principio, no se quería ni arrodillar, ahora no se quiere levantar. Y salgo tan fortalecido en mi espíritu, que lo percibo hasta en mi cuerpo físico.
La carne es el tabernáculo terrenal en que andamos, como si fuera un caparazón, pesado en gran manera, para los que anhelamos la comunión con Dios. Pablo dijo que : «... los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia...» (2 Corintios 5:4), porque queremos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor (2 Corintios 5:8). Aunque en este contexto, el apóstol está hablando de la glorificación del cuerpo, bien podemos usar estos textos para ilustrar el estorbo que nos es la naturaleza carnal a los que hemos nacido de Dios. La Biblia compara nuestro cuerpo carnal con el barro, y dice que: «... tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros...» (2 Corintios 4:7). La excelencia de Dios no está en lo que
nosotros somos en Adán, sino en lo que él nos ha dado en Cristo. Dios ha depositado algo hermoso y glorioso en nuestro interior. Somos morada de Dios en el Espíritu. Dios no habita en templos hechos de manos (Hechos 17:24), ahora él mora en ti en la naturaleza nueva que él creó.
Entonces, pregunto: ¿Es difícil andar en el Espíritu? Sí y no. Es difícil si alimentas más tu naturaleza carnal que tu ser espiritual; y no, porque el espíritu está presto y anhela las cosas de Dios. Me explico: Si tus prioridades son satisfacer tus deseos y ambiciones, mientras relegas tu vida espiritual a una visita ocasional a la iglesia y no tienes una
comunión personal con el Señor, la vida espiritual te será pesadísima. Pero en cambio, si escuchas la voz interior que anhela las cosas de Dios, y dejas que fluya el deseo del Espíritu en tu vida, te será muy fácil.
Jesús dijo que el que no dejare padre o madre, hijo o hija, para seguirlo a él, no puede ser su discípulo (Mateo 10:37). Y también dijo que: «Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios» (Lucas 9:62). La Biblia dice que : «... el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mateo 11:12). También dice: «...porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mateo 7:14). En cambio ,
el camino de la perdición es ancho «...porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella…» (Mateo 11:13). Jesús también dijo: «es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (Mateo 19:24). Y aquel que lee esos textos dice: «¡Qué difícil es!» Igualmente, los discípulos, al oír estas disertaciones del maestro, se asombraron muchísimo y se cuestionaron: «¿quién, pues, podrá ser salvo?» (Mateo 19:25).
Mas, Jesús también dijo algo hermoso: «Mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:30). Tú dirás: «Pero ¿cómo es posible? Allí describe el reino de los cielos tan difícil, y aquí, dice que su yugo es fácil». Las dos cosas son verdad. Es como aquella ilustración del avión que hemos referido. El momento más difícil para un avión es cuando despega, porque para ir hacia arriba, tiene que romper la ley de la inercia y la gravedad, la cual lo empuja hacia abajo. Esta ley hace a la aeronave el elevarse, sumamente difícil, arriesgado y peligroso. Pero vemos que después que el avión llega a cierta altura, todas las leyes del ambiente le benefician, entonces se desplaza con facilidad, porque ya salió del lugar donde tenía resistencia, y el volar alto le favorece.
Así pasa también con el andar en el Espíritu. Cuando tú vas «volando bajo», estás muy cerca de la carne, y te resulta muy espinoso ser cristiano. Entonces te es pesada la oración, no quieres ir a la iglesia, y sufres una gran pesadez para levantar las manos y adorar a Dios. ¿Sabes qué es lo que pasa? Que no has entrado de lleno al mundo del Espíritu, a las alturas de Dios. Cuando andamos en el Espíritu, la nueva naturaleza
es alimentada, entonces el yugo es fácil. Si volamos en los aires del Espíritu, vivir la vida de Dios no sólo es fácil, sino sumamente deleitoso.
En la vida en el Espíritu, el dicho: «Una espina saca otra» cobra fuerza, pues cuando no tenemos deseos de orar por la pesadez que hay en nuestra carne, entonces la solución es orar. La espina de la devoción echa fuera la espina de la pereza. Cuando la indisposición carnal desaparece, el Espíritu posee un control total sobre nuestras vidas. De esa manera, no solamente disfrutamos de la relación con Dios, sino también nos hacemos poderosos para vencer todo obstáculo y tentación. Así, frente a las artimañas del diablo, hasta te ríes de ellas. ¿Por qué? Porque entraste en el mundo del Espíritu, te fortaleciste en Dios, en el poder de su fuerza y comenzaste a vivir en la naturaleza Santa de Dios. La religión no te enseña esas cosas, porque no tiene esa revelación. Ésta te enseña a que eduques tu carne, y como no puedes, te frustras y te sientes culpable y la culpabilidad te lleva a la depresión y la depresión a la vez a la desesperación, y el archienemigo te mete en una atadura terrible.
¿Por qué digo que la religión no tiene esta revelación? Porque te enseña a vencer las tendencias pecaminosas educando al viejo hombre. Ella pasa por alto lo que Jesús dijo, que la carne es débil, y aunque la quieras educar, es débil, y aunque intentes domarla, es débil, y por más que tú te empeñes en cambiarla, ella continuará siendo débil. La Biblia dice que está viciada «conforme a los deseos engañosos» (Efesios 4:22). Y eso es una verdad que cada uno podemos contactar en nosotros mismos. Por eso, amado, te insto a que escuches la voz de Dios. Él te ha dado una naturaleza nueva, anda en ella y no tropezarás. El que anda en el Espíritu no anda en frustración, y en cambio puede glorificar a Dios,
con una vida victoriosa, en la elevación del Espíritu. Es una maravilla lo que Dios nos ha dado. El apóstol Pablo la describe de esta manera: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman» (1Corintios 2:9). Él nos las ha enseñado por el Espíritu. El apóstol Pablo oró para que el Señor nos dé espíritu de sabiduría y de ciencia y conozcamos lo que Dios nos ha dado, en lo que se refiere a nuestra posición y relación con él.
En cuanto a nuestra posición: Cristo está sentado a la diestra de Dios. Hemos sido justificados, declarados justos, tratados como tales por el
Padre. Así que ninguna condenación ni ninguna desaprobación hay, de parte de Dios, hacia nosotros. Hemos sido aceptados. Dios nos ve y nos trata como justos, y nos ha hecho hijos suyos. Somos dueños y herederos de todas las cosas. Nos ha dado una posición única, pero no es menos en cuanto a la relación. En cuanto a la relación con él, nos ha dado su Espíritu, con una naturaleza conforme a la suya. Este hombre espiritual anhela la amistad y el compañerismo con Dios. Esto es demasiado grande. Es necesario apreciarlo y administrarlo con toda sabiduría.
¿Cómo es posible que, si Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual, andemos arrastrándonos como mendigos? ¿Seguiremos siendo avasallados y casi vencidos por el diablo, cuando Dios nos dio una naturaleza capaz de resistirlo? El tentador transmitió a Adán su naturaleza perversa, la cual nos separó de Dios y nos hizo sus enemigos, pero Jesucristo vino y nos devolvió su imagen, dándonos una naturaleza ungida y pode rosa. ¿Por qué los cristianos vivimos como pobres cuando en realidad somos ricos? ¿Por qué vivimos en tanta pobreza espiritual cuando Dios nos ha dado su Espíritu y de su Espíritu? No se justifica ese cristianismo mediocre, pusilánime, sin vida, inerte, insípido, sintético y lleno de apariencia, cuando tenemos autenticidad y esencia de Dios, por el Espíritu Santo que vive y permanece en nosotros.
Dios no quiere que andemos como niños, llevados por cualquier viento de doctrina. Tenemos que aprender lo que Dios nos ha concedido. Dediquemos tiempo a meditar en la Palabra de Dios, y a observar lo que brota desde nuestro interior. Como dijo Jesús: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38). Y dice el versículo que sigue, que se estaba refiriendo al Espíritu Santo que había de descender sobre los creyentes. Después que vino el bautismo con el Espíritu Santo, llegó la explosión de Dios a los salvados. Hace veinte siglos, él está obrando en el mundo, y dentro de cada creyente en el Señor Jesucristo. Él está operando en ti, y puso en tu interior una naturaleza santa, haciéndote así morada suya en el Espíritu.
Por tanto, escúchalo bien: eres morada de dios en el Espíritu; tú eres participante de la naturaleza de Dios. No se justifica, entonces, que andes aturdido, vencido, como el que le dan un mazazo en la cabeza. ¡Levántate! ¡Vive la vida de Dios! ¡Deja que fluyan esos ríos de agua viva desde tu interior! Dios nos ha dado espíritu de sabiduría, de ciencia; Dios
ha derramado dones, capacidades y unción. Todo esto está en tu hombre interior: Fe, amor, gozo, paz, benignidad, bondad, mansedumbre, tolerancia y discernimiento del Espíritu. Esto no puede ser una mera doctrina en nuestra vida, o simplemente una teología más. ¡No, no, no! Esto es esencia pura de Dios en nosotros, y tenemos que vivirla en integridad de la verdad.
El mayor anhelo de los que hemos nacido de nuevo es que llegue la glorificación, para que todo lo que impide la plenitud de Dios en nosotros sea quitado. No sólo toda la creación gime a una y a una está de dolores de parto, sino que, como dice la Palabra: «...también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos 8:22-23). Y Pablo dice: «Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Corintios 5:4). Dios ha hecho provisión para satisfacer esta imperante necesidad que hay en nosotros, y por eso nos prometió deshacer el tabernáculo adánico, para darnos lo que la Biblia llama nuestra «habitación celestial» (2 Corintios 5:2), y que describe de la siguiente manera:
„...en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley (1 Corintios 15:54-56).“
El Señor, aquel día, en sólo un pestañear, tomará esta naturaleza corrupta de Adán y la desarraigará, y todo lo corruptible será vestido de incorrupción. Ese corazón adánico, perverso, pernicioso, inclinado al mal, que ha mantenido una pared para que no lleguemos a la plenitud de Dios, será quitado. Entonces, volaremos a la presencia del Señor, y aquel día seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. El que tiene esta esperanza en él se purifica, así como él es limpio (1 Juan 3:2-3).
Juan dijo: «...ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser...» (1 Juan 3:2). Y Pablo dijo: «Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido» (1 Corintios 13:12). Un día veremos cara a cara al Rey en su hermosura porque la carne y la sangre no pueden heredar el reino de los cielos (1 Corintios 15:50). Dios tiene que deshacer esta naturaleza para que vivamos sin ningún conflicto, en una perfección gloriosa, semejante al cuerpo de su gloria, al cuerpo resucitado del Señor. En Adán hemos recibido un alma viviente, pero en Cristo, un espíritu vivificante (1 Corintios 15:45). Alma viviente es un soplo de vida que se acaba; mas el espíritu vivificante es un espíritu que tiene vida en sí mismo y nunca muere. Ese espíritu es el espíritu nuevo que hemos recibido de Dios en la nueva creación, el cual, en el día de la redención, podrá vivir sin ningún impedimento todo aquello para lo cual fue creado.
¿Cómo es posible —insisto— que haya tanta pobreza en el cristianismo sólo por no entender estas cosas? ¿Por qué somos tan livianos en la vida cristiana, e incluso en nuestras predicaciones hay tantas contradicciones y superficialidad al punto que ya ni sabemos lo que decimos? En Dios no hay confusión, sino paz. ¿Cómo un día se predica una cosa y otro día otra, y a veces el mismo predicador se contradice a sí mismo? ¡No podemos seguir así, amado ! Tenemos que vivir en la seguridad de esa posición, y en la libertad de esa relación. Pidamos a Dios que nos revele estas cosas, para que tengamos tal convencimiento en nuestro interior que digamos: «Yo llevo la imagen del que me creó; Tengo la naturaleza de Dios en mi vida, el Espíritu Santo vive en mí y yo no voy a vivir más en miseria espiritual. No seré más un juguete del diablo. Ya entiendo y sé (porque me lo revela la Palabra, y lo veo en mí) que la carne es débil, perversa, que allí reina el yo, y sólo quiere ser complacida, ser el centro de atención». La verdadera madurez espiritual comienza cuando nosotros dejamos de oír el ego y comenzamos a oír a Dios, y decimos: «Ya yo morí, y vive Cristo en mí (Gálatas 2:20). Por tanto, el ego no existe».
Guildo Jose Merino
www.segurosencristo.blogspot.com
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