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La Vida Nueva segunda Parte

Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.Efesios 4:23-24.     
La religión nos enseña que lo importante es el lugar donde se adora a Dios, y la forma como se adora, pero el Señor nos enseña que ni esto ni lo otro es significativo, sino que lo primordial es la NATURALEZA con la que se le adora. Sólo el que le adora en espíritu (su naturaleza) lo puede adorar en verdad. Hay muchos, como los judíos, que miran a Jerusalén únicamente como el lugar de adoración, pero nota que Jesús dijo: «... la hora viene y la hora es» (Juan 4:23), es decir, ahora mismo, pues con él comenzó el nuevo pacto cuyo lugar de adoración a Dios es el corazón. 

Adonde quiera que vaya un nacido de nuevo podrá adorar al Señor, porque él mismo es templo del Espíritu Santo. Somos morada de Dios en el Espíritu (Efesios 2:22), «... casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5).

Usemos nuestros sentidos espirituales para ver a Dios. «El oído que oye, y el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho Jehová» (Proverbios 20:12). A través de los ojos espirituales podemos ver la belleza y la grandeza de Dios, porque él es Espíritu. Podemos ver el medio que nos rodea, los árboles, las calles, los automóviles, los colores, los edificios, las casas, la gente, el cielo, los animales, etc., porque no estamos impedidos de la vista, pero no podemos percibir ni apreciar las cosas divinas, si no poseemos los ojos espirituales.

Un pasaje de la Biblia que nos ilustra magistralmente en ese sentido es 2 Reyes 6:13-17, el caso de Giezi, el siervo de Eliseo, que cuando el ejército de los sirios sitió a la ciudad de Dotán con el fin de apresarlos, gritó desesperado al profeta: «¡Ah, señor mío! ¿Qué haremos?» Eliseo, respondió tranquilamente: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos». Entonces el profeta oró y le pidió al Señor que abriera los ojos a Giezi para que viera. En aquel momento, Dios oyó la oración y abrió los ojos del criado, y este miró que «el monte estaba lleno de un gran ejército, así como de carros de fuego alrededor de Eliseo». Giezi, entonces, entró en reposo; ya no estaba desesperado ni temía por su vida, porque ahora VIO con los ojos espirituales que el ejército de Dios estaba con ellos.

Asimismo, vemos que en el antiguo pacto había un velo que fue develado por Jesús en el Nuevo Testamento. El mismo Moisés le declaró al pueblo de Israel: «Vosotros habéis visto todo lo que Jehová ha hecho delante de vuestros ojos en la tierra de Egipto a Faraón y a todos sus siervos, y a toda su tierra, las grandes pruebas que vieron vuestros ojos, las señales y las grandes maravillas. Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír» (Deuteronomio 29:2-4). Los nacidos de nuevo somos bienaventurados, porque tenemos ojos que ven y oídos que oyen, pues, como dijo Jesús: «... muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron» (Mateo 13:17).

En una ocasión, me detuve a mirar, en una revista de noticias televisadas, el reportaje de un pastor cristiano que hacía milagros. Este ponía la mano a las personas y caían al suelo por la unción, pero también refería el reportaje que, en México, noventa y ocho paralíticos se levantaron sin el pastor ponerles las manos. El periodista mostró parte de la entrevista al ministro, pero cuando editó el reportaje lo puso como un tonto dejando en entredicho la veracidad de los milagros. El reportero concluyó diciendo que esos fenómenos nunca se vieron realmente, y que los psicólogos le llaman a eso «histeria colectiva». Y así vemos reportajes a diario, en los diferentes medios de comunicación, satisfaciendo el morbo de la gente, queriendo explicar lo que ellos mismos no entienden, volviéndose todavía más incrédulos.

Al ver esta realidad, me puse a reflexionar y a cuestionarme cómo yo, sabiendo que nadie puede creer nada si Dios no le da el entendimiento (Juan 3:27), voy a traer a la congregación personas incrédulas para que graben y expliquen a la gente las maravillas de Dios. ¿Con qué ojos o con cuales sentidos podrían ellos discernir entre lo santo y lo profano? ¿Cómo podrían percibir las cosas que son del Espíritu de Dios si para ellos son locura y no las pueden entender (1 Corintios 2:14)? Por eso es que la iglesia comete tantas tontadas en la historia, pretendiendo que la fe sea aceptada y entendida por el hombre. Algunos «Padres de la 

Iglesia» recurrieron a la filosofía para tratar de explicarles a los filósofos el cristianismo. Pero la fe no se explica. Tú no puedes explicar a Dios con razón. Dios es Espíritu y no debes deprimirte si los científicos no creen en él. Hay miles de ellos que creen en Dios porque han nacido de nuevo, pero jamás un científico que no haya experimentado el nuevo nacimiento podrá creer en el Señor. Dios no se puede meter en un tubo de ensayo ni tampoco puede ser probada su existencia a través del método científico.
Una vez leí un libro donde los científicos trataban de explicar cómo ocurrieron todos los milagros de la Biblia. El problema es que ellos se 

preocupaban en cómo definir los prodigios, pues si demostraban científicamente que son hechos explicables por vía natural, dejarían de ser milagros y la intervención divina quedaría relegada a un mito, a un hecho casual o fortuito. Por tanto, yo te exhorto, hermano de mi alma, a que no discutas con un ateo acerca de la existencia de Dios, porque si el Espíritu Santo no le da ojos espirituales, jamás podrá ver el reino de Dios. La gente común nunca podrá entender tu fe, porque tú andas en una naturaleza y ellos en otra. Son dos dimensiones diferentes.

Hasta aquí, hemos hablado que el hombre interior, nació, vive, anda, piensa, adora y ve en el Espíritu. Ahora veamos en la Epístola a los Corintios, donde dice que este hombre espiritual también habla en el Espíritu: «Procurad alcanzar el amor; pero también desead ardientemente los dones espirituales, sobre todo que profeticéis. Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu HABLA misterios» (1 Corintios 14:1-2, LBA). Mucha gente rechaza el don de lenguas porque no lo 

entiende y lo toman como una simple jerigonza. Mas si dejamos los razonamientos humanos a un lado y juzgamos por la fe, reconoceremos que tenemos un nuevo hombre dentro de nosotros, el cual no es mudo, habla. Acaso «el que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?» (Salmos 94:9). Es un hombre interior, pero con una naturaleza espiritual.

En el instante en que nacemos de nuevo recibimos todo don perfecto (Santiago 1:17); a algunos se les manifiestan inmediatamente, otros deben esperar y seguir anhelando los dones, pero reposadamente (1 Corintios 14:12). Nota que cuando un cristiano recibe el bautismo con el Espíritu Santo le pasa como a los niños, cuando inician la primera fase del desarrollo de su lenguaje. Ellos emiten ciertos sonidos llamados balbuceos: «Ppppa, pa, mmma, mma, ma», que luego se convierten en palabras (papá, mamá). Igualmente, cuando llega la explosión del crecimiento en el Espíritu, el creyente empieza a hablar el idioma del Espíritu. Para los que oyen, parecen sonidos ininteligibles y extraños (1 Corintios 14:4), pero la persona se comunica con Dios en el lenguaje del Espíritu (1 Corintios 14:2). El que habla en lenguas, habla el idioma del Espíritu (1 Corintios 14:14). Y habla a Dios en su propia lengua (1 Corintios 13:1). Es posible que, al hablar, Dios no me dé entendimiento de esos misterios, pero mi espíritu sí se edifica (1 Corintios 14:4).

Recuerdo cuando empecé hablar en lenguas, decía un raudal de cosas a Dios, pero los vocablos que salían de mi boca eran pocos, por lo que me preguntaba: ¿Cómo es posible que le esté diciendo tantas cosas a Dios con tan pocas palabras? Este idioma divino nos hace muchas veces el hazmerreír de las personas, que murmuran: «Oye como habla ese, siempre repite lo mismo». Se burlan porque lo analizan con la mente natural y no entienden que, en el Espíritu, con una sola palabra, expresas un cúmulo de cosas, porque estás hablando en una naturaleza diferente, en otra dimensión. Si hablara en lenguas humanas para hacerme entender tendría que expresarme en un lenguaje común, con oraciones completas, con toda una unidad sintáctica, en la que los elementos lingüísticos (sujeto, verbo, etc.) comuniquen una idea completa. Mas en el idioma del Espíritu no es así. Con dos o tres palabras le dices infinidad de cosas a Dios.

En ocasiones ocurre que estamos contentos e intercedemos ante de la presencia de Dios y nos invade un llanto con tristeza y sollozos de modo que clamamos y gemimos frente al Señor. Entonces, nos preguntamos: ¿Por qué lloro y gimo así si no estoy triste? Entiendo, por el Espíritu, que en mi hombre interior lloro y es algo triste lo que mi espíritu percibe, ya sea el ambiente, una carga personal o de alguien más. En tal caso, el Espíritu gime a través de nuestro espíritu con gemidos indecibles (Romanos 8:26). Hay momentos que ocurre lo contrario, comenzamos a cantar en el espíritu, a reírnos, aunque en lo natural estemos tristes. Recuerdo que una hermana introdujo un cántico nuevo en la iglesia, que nunca había escuchado, y lo seguí inspirado; al punto que cuando ella decía el coro de la canción, yo decía lo mismo en lenguas del Espíritu, lo que fue una experiencia fascinante. Y es que es otra naturaleza, la cual nunca entenderemos si la juzgamos a través de nuestro entendimiento lógico, pero es voluntad de Dios que la conozcamos.

Como creyentes, el Señor quiere que todo lo que hagamos sea PARA EDIFICACIÓN de la iglesia (1 Corintios 14:26). Por tanto, como dice el apóstol Pablo: «... el que habla en lengua extraña, pida en oración poder interpretarla. Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? ORARÉ con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; CANTARÉ con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (1 Corintios 14:13-15). Es decir, cuando estemos reunidos, no sólo oremos en lenguas, sino también hagámoslo en nuestro idioma natural para que los demás sean edificados.
En conclusión, tenemos que estar conscientes que este hombre interior es un ser espiritual semejante al natural, con la diferencia que su naturaleza es espiritual y su inclinación es al bien. Por tanto, la Biblia nos muestra que este nuevo hombre:

Adora en espíritu: «... los verdaderos adoradores ADORARÁN al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que LE ADORAN, en espíritu y en verdad es necesario que ADOREN» (Juan 4:23-24).

„Ve en el espíritu: «… bienaventurados vuestros OJOS, porque VEN; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron» (Mateo 13:16-17).“

„Oye en el espíritu: «Hablando estas cosas, decía a gran voz: EL QUE TIENE OÍDOS para OÍR, OIGA» (Lucas 8:8).“


„Habla en su espíritu: «Porque el que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu HABLA misterios» (1 Corintios 14:2, LBA).

Bendice con el espíritu: «Porque si BENDICES sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho» (1 Corintios 14:16).

Ora con el espíritu: «Porque si yo ORO en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? ORARÉ con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento» (1 Corintios 14:14-15).“

„Canta con el espíritu: «CANTARÉ con el espíritu, pero CANTARÉ también con el entendimiento» (1 Corintios 14:15).

Se estremece y se conmueve en espíritu: «Jesús entonces, al verla llorando, y a los judíos que la acompañaban, también llorando, SE ESTREMECIÓ en espíritu y SE CONMOVIÓ» (Juan 11:33) «Habiendo dicho Jesús esto, SE CONMOVIÓ en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar» (Juan 13:21).

Se regocija en el espíritu: «En aquella misma hora Jesús SE REGOCIJÓ en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor “

„del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó» (Lucas 10:21).

Sirve en su espíritu: «Porque testigo me es Dios, a quien SIRVO en mi espíritu en el evangelio de su Hijo» (Romanos 1:9) «Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu SERVIMOS a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne» (Filipenses 3:3).

Es ferviente en espíritu: «En lo que requiere diligencia, no perezosos; FERVIENTES en espíritu, sirviendo al Señor» (Romanos 12:11).

Es fortalecido en espíritu: «... para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser FORTALECIDOS CON PODER EN EL HOMBRE INTERIOR por su Espíritu» (Efesios 3:16).“
Nota que lo mismo que hace un hombre en la vida natural, lo hace también en el espíritu el hombre nuevo, porque tiene una naturaleza espiritual. Por tanto, si en esta vida yo hablo, en el espíritu también; si en esta vida yo canto, en el espíritu también; si en esta vida yo tuve que nacer, en el espíritu también. Así que bendecimos a nuestro Padre Dios, porque si en la vida natural heredé de Adán una naturaleza pecaminosa que está en enemistad con Dios, ahora el Señor me dio un hombre interior que es una clase de vida y, a la vez, una naturaleza espiritual según Dios, con la capacidad de agradarle, verle, oírle, hablarle, adorarle y servirle a él. El apóstol Pablo lo dijo de esta manera:

„...Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (Romanos 8:5-9).“

 Hasta este momento hemos visto las cualidades de esa naturaleza que Dios ha puesto en nuestro interior. Reconozco que la Palabra puede ser predicada o escrita con unción, pero sólo llegará al corazón, primeramente, si es la voluntad de Dios, y segundo, si el terreno que la recibe es fértil. Hay muchos terrenos, según Jesús nos enseñó, en la parábola del sembrador (Mateo 13:3-9). La semilla cayó en diferentes lugares, pero solamente en un lugar dio fruto al treinta, al sesenta, y al ciento por uno. Ojalá que nuestros corazones sean fértiles para recibir la Palabra. Ruego al Señor que pueda encender tu corazón y que la llama viva de la unción de la Palabra, como un volcán en erupción, estalle en el interior de tu naturaleza nueva, porque el Espíritu de Dios es fuego santo, y él vive en nosotros.

Somos un espíritu con el Señor. Hemos sido concebidos por Dios antes de la fundación del mundo. Fuimos salvados por Cristo en la historia, pero engendrados por el Espíritu el día que vino a obrar la salvación en nuestra vida. Es decir, Dios no reformó ni simplemente transformó nuestra vida, sino que creó en nosotros un hombre interior, lo que la Biblia llama una nueva creación (2 Corintios 5:17). Fuimos dotados de una nueva naturaleza, pura y santa, como dice el apóstol Pedro: «...
siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (1 Pedro 1:23).
La Palabra de Dios dice que nuestro hombre interior es según Dios, y de acuerdo a él. Como Dios es Santo, Justo y Verdadero, esa naturaleza posee esas virtudes (Efesios 4:23-24). La tendencia del hombre carnal es al pecado, pues su mente va de continuo al mal. Mientras que la inclinación que lleva la naturaleza nueva es hacia Dios, y por lo tanto hacia el bien. Asimismo, esta simiente santa que la Biblia llama el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Por tanto, este hombre nuevo tiene: amor: «... Dios es amor» (1 Juan 4:8); gozo: «... porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza» (Nehemías 8:10); paz: Dios es el dador de la paz, Jehová-

salom (Jueces 6:23-24), y Cristo es el «Príncipe de Paz» (Isaías 9:6); paciencia: el Señor es el «Dios de la paciencia y de la consolación» (Romanos 15:5); benignidad: «... su benignidad te guía al arrepentimiento…» (Romanos 2:4); bondad: él es poseedor de «inmensa bondad», porque «bueno es Jehová para con todos...» (Salmos 145:7,9); fe: por fe somos salvos y justificados (Efesios 2:8; Romanos 5:1); mansedumbre, humildad y templanza, pues Jesús dijo: «... aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas...» (Mateo 11:29).

Con estas características, es notable que el nuevo hombre fue creado para buenas obras y, por tanto, capacitado para hacerlas (Efesios 2:10). Parte de esas «buenas obras» es la obediencia. Esa naturaleza fue creada para obedecer a Dios. A todos nos gustaría obedecer a Dios, pero reconocemos que no lo hacemos perfectamente. No obstante, ¿haremos ejercicios religiosos, como enseña la religión, para dar el grado? No, amado. Sabemos que crecemos en el espíritu por la gracia y a través de la comunión con Dios. Es la gracia de Dios la que nos da todo. Es esa gracia de Dios la que, como una explosión espiritual en nuestro interior, aumenta nuestro deseo de querer agradarle, obedecerle y estar sujetos a él.

Dios repartió fe a cada uno como él quiso. El apóstol Pablo dijo: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno... De manera que, teniendo diferentes dones... úsese conforme a la medida de la fe» (Romanos 12:3,6). Cada creyente recibió una porción de fe, en el hombre interior, que le permite creerle a Dios y confiar en él, por eso le crees a Dios. Entonces, no oremos a Dios diciendo: «¡Señor, dame fe!», sino: «Señor, aumenta mi fe», como los apóstoles (Lucas 17:5), pues ellos pidieron al Señor que les aumentara la fe porque sabían que ya la tenían. Esa fe es fruto del Espíritu, por eso Dios, primeramente, nos hizo nacer de nuevo y nos dio su naturaleza, para que pudiéramos creerle.

A veces los predicadores enseñamos de otra manera y le decimos a la gente: «Cree para que el Señor te haga nacer de nuevo». Eso es una gran equivocación, pues «nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo» (1 Corintios 12:3), ni nadie puede creer a Dios si no ha nacido de nuevo. Un feto, antes de nacer, no puede ver, ni puede creer, ni pensar, ni hablar, ni hacer nada, porque todavía no nace. Así es la persona que no ha nacido en el reino de los cielos, tampoco puede ver ni mucho menos creer en Dios. Primero se nace en Dios, para luego creerle. La fe es parte de la naturaleza espiritual del hombre nuevo. Es como el niño en la concepción o embarazo, cuando comienza el ser, desde el punto de vista biológico, en los genes (donde se encuentran las características de la herencia), ya está determinado cómo será: alto, bajo, rubio, etc. Toda esa información yace en su código genético. De la misma manera pasa en el espíritu: Dios repartió fe y equipó a cada uno, en su hombre interior, con todo lo santo, lo noble, lo puro, con la unción, el poder y todo lo que se necesita para vivir una vida que le agrade.
Todos los nacidos de nuevo tenemos el mismo Espíritu, aunque no somos iguales en el espíritu. O sea, mi hombre interior no es igual al de otro creyente, ni mi mente es la misma, porque Dios nos dio una individualidad. Cada uno de nosotros tiene una individualidad espiritual, mas a todos nos capacita, por igual, para tener una vida victoriosa en Cristo Jesús.


 Gracia y paz a ti, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. “


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Seguros en Cristo Ministry Col. 2.10 
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