„Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Efesios 4:23-24“.
La obra de la regeneración es el milagro más poderoso que Dios ha hecho en nuestras vidas. Él hace un hombre nuevo dentro de nosotros, creado según Dios, en justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:23-24).
Este hombre nuevo posee una naturaleza espiritual que reside en nuestro interior y se manifiesta en nosotros si andamos en el Espíritu. En vano nos esforzamos en ejercicios religiosos encaminados a reformar nuestra naturaleza pecaminosa, pues siempre su tendencia estará inclinada al mal. Dice el Señor: «Aunque te laves con lejía y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá delante de mí...» (Jeremías 2:22); y, asimismo: «¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal?» (Jeremías 13:23). ¡Jamás! Por eso, en su sabiduría, Dios, en vez de hacer cambios en una naturaleza viciada, crea una nueva que lleva su imagen (Colosenses 3:10) y donde mora su Espíritu (1 Corintios 3:16).
Con la venida de Jesús entra en vigor la dispensación del cumplimiento de los tiempos (Efesios 1:10), y con su sangre dejó inaugurado el nuevo pacto de la gracia y la misericordia divinas. En esta nueva alianza, el Señor ha cumplido lo que prometió a través del profeta cuando dijo: «Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de
„1 Su naturaleza es espiritual“
El hombre nuevo nace del Espíritu, por eso se le llama espiritual. Jesús dijo: «Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» (Juan 3:6). Dios es Espíritu (Juan 4:24), por tanto, su naturaleza es espiritual; y él nos ha hecho participantes de su naturaleza divina (1 Pedro 1:4). El Señor sabía que la única manera en que él podía cumplir la promesa del nuevo pacto era a través de la regeneración por el Espíritu, tal como lo prometió: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros…» (Ezequiel 36:26). Esto fue lo que profetas y reyes quisieron ver y no vieron (Mateo 13:17).
La naturaleza espiritual que Dios nos ha dado nos capacita para creerle, conocerle, entenderle (Isaías 43:10), pues es según él y de acuerdo a él (Efesios 1:5). En Efesios dice de este nuevo hombre que es : «... creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:24). La versión de la Biblia de las Américas traduce este mismo versículo así: «... el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad». Ser creados a su semejanza nos da ojos para ver, oídos para oír y corazón para entender toda la plenitud de Dios (Efesios 3:19).
El hombre nuevo es un espíritu con el Señor (1Corintios 6:17), y al tener la misma naturaleza de Dios (espiritual) lo hace pensar como Dios, hablar como Dios y vivir como Dios. Alguien dijo: «Soy humano y nada humano me es ajeno», porque el ser hombre me hace conocer y participar de todo lo que es un hombre (cómo piensa, cómo siente, cómo actúa), pues comparto su misma naturaleza, la humana. De la misma manera, si lo que es nacido del Espíritu, espíritu es (Juan 3:6), al hombre espiritual nada espiritual le es ajeno. Por eso piensa en el espíritu, habla „en el espíritu, anda en el espíritu, vive en el espíritu, adora en el espíritu, sirve en el espíritu y se ocupa de las cosas del Espíritu.
En el nuevo nacimiento adquirimos una nueva naturaleza, en consecuencia, poseemos dos naturalezas batallando en nosotros: una carnal y otra espiritual. Si andamos en la naturaleza adánica (carnal), nuestros pensamientos serán carnales y nuestro fin la muerte (Romanos 6:16), pero si andamos en nuestro hombre espiritual tendremos vida y paz (Romanos 8:6). Rechacemos esas aseveraciones de que la vida cristiana es una carga y que es como andar con una cruz al hombro, pues eso es falso. La Palabra de Dios dice: «...porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14:17). Los que se ocupan del Espíritu viven en armonía, y en novedad de vida. El que tiene una carga es aquel que anda totalmente en la carne, pues convierte su vida espiritual en una opresión.
Los cristianos, indiscutiblemente, tenemos que luchar contra la carne, y eso trae conflictos, pero estas batallas son totalmente diferentes a las que enfrentamos en nuestra vieja naturaleza. Jesús dijo: «El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí» (Mateo 10:37). Y también expresó: «Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios» (Lucas 9:62). En otras palabras, el que pone sus intereses personales por encima del propósito de Dios no es digno de una salvación tan grande. Y dijo más: «... el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mateo 11:12), y es que atreverse a vivir la verdad en este mundo de mentira es de valientes.
El que sigue los caminos del Señor tiene que renunciar al yo y a la carne, y esto a nuestra humanidad le produce dolor. Conocemos cristianos que consideran la vida cristiana como un peso, un agobio y dicen: «¡Ay, hermano, esto es tremendo! Yo antes no tenía esas luchas, tenía un montón de amigos, todo me iba bien y prosperaba en el negocio, pero desde que soy cristiano es una guerra terrible...». Claro, siempre es difícil renunciar a lo que estamos acostumbrados. Dice un adagio popular que la costumbre hace ley, pero la Palabra de Dios dice que «lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lucas 18:27).
Es entendible que el andar en el Espíritu, sin satisfacer nuestros deseos carnales, nos cause ciertos padecimientos a los que no estábamos
Esta situación que enfrentan los creyentes podemos compararla con el momento en que un avión emprende un vuelo, siendo el aeroplano un tipo de la vida cristiana. Cuando ese «jet» apenas sale y comienza a elevarse, los que saben de aviación conocen que hay dos momentos críticos en la navegación aérea, y es cuando el aeroplano despega y cuando aterriza, porque ese aparato tan pesado rompe la inercia, y es cuando la tripulación acelera las turbinas. Como el avión va volando bajo, todos los pasajeros van en tensión, ya que saben que éste se podría precipitar. Volar bajo no sólo constituye un peligro, sino un gran esfuerzo para la nave. Pero cuando esta alcanza una altura de diez mil metros, la tripulación pone el piloto automático y hasta se van a beber café y a conversar, porque la nave no necesita conducción humana. Allá lejos, fuera del mundo, los que van en el viaje disfrutan de las nubes, de una vista panorámica desde un ángulo nunca imaginado; y estar suspendido en el aire les da una tremenda sensación de libertad.
En el vuelo se encuentran algunas zonas de turbulencias, aunque mínimas. Es decir, volar bajo no favorece al avión, pues tiene que ejercer una gran fuerza para romper la ley de gravedad y tomar altura, pero tan pronto remonta su vuelo y mantiene su rumbo en las alturas, navega por los aires serenamente, como un pájaro. Dios habita en las alturas, por tanto, si queremos que nuestra vida cristiana no se constituya en una carga, elevémonos en el Espíritu, andemos en el Espíritu, crezcamos en el Espíritu, remontémonos en el Espíritu. «Volar bajo» significa estar en lo terrenal, en lo bajo, y eso sólo favorece a la carne; en cambio, volar en las «alturas» favorece a la vida del Espíritu. Como hace el águila, que aprovecha la fuerza y la dirección del viento para remontarse en el vuelo, así nosotros, tomemos las alas del Espíritu y volemos en los cielos de Dios.
Mientras más te profundices en la vida en el Espíritu y cuanto más andes en la naturaleza que Dios te dio, menos sentirás los impactos de esta vida. Y el dicho: ¡En victoria!, muy popular en los círculos cristianos, para definir el estado de ánimo, cobrará sentido en tu vida, ya que no expresará una carencia de problemas, sino una fortaleza frente a los mismos. Como dijo el apóstol Pablo: «...atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos ... no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:8-9,18). Así que el cristiano siempre está en victoria, porque Cristo venció y está sentado a la diestra de Dios.
Quiero enfatizar dos cosas del hombre interior: Primero, es engendrado de Dios «los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1.13). Segundo, es nacido del Espíritu: «Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» (Juan 3.6). Por tanto, esto lo capacita para:
„Vivir según el Espíritu «Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu...» (Romanos 8.9).
Andar en el Espíritu «andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne» (Gálatas 5.16).
Pensar en las cosas del Espíritu «Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu en las cosas del Espíritu» (Romanos 8:5).
Ocuparse del Espíritu «Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz» (Romanos 8:6).“
Este hombre nuevo que está en nosotros es un ser espiritual, creado por Dios, a fin de que todo lo haga en el Espíritu para alabanza de su nombre. Por eso el hombre interior adora en espíritu (Juan 4:24). Una buena ilustración de esta cualidad la encontramos en el Nuevo Testamento, en aquella controversia en la que la mujer samaritana quiso meter a Jesús, en cuanto al lugar en que se debía adorar a Dios. Jesús le
respondió: «Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre ... Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre EN espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4:21, 23-24). Es decir, para que una adoración llegue a Dios y le agrade tiene que ser hecha en el Espíritu. Hay muchos que adoran al Padre, pero aquellos que son verdaderos adoradores son los que Dios busca y dota de su naturaleza espiritual para que puedan adorarle en espíritu y en verdad. ¿Por qué en espíritu? Porque Dios es Espíritu, y cuando le adoramos en espíritu, la alabanza llega a él, pues le estamos adorando en su misma naturaleza.
„ Gracia y paz a ti, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. “
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Guildo Jose Merino
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