„Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida» (1 Reyes 19:9-10).“
La cita bíblica que preside esta sección nos muestra al profeta Elías tisbita como un hombre deprimido luego de haber realizado grandes portentos, los cuales por su palabra, Dios hizo delante del pueblo de Israel. No obstante, sabemos que Dios no aprobaba el estado de ánimo de su siervo, todo lo contrario. Por eso le habló con autoridad después de haberlo levantado y confortado con el silbo apacible de su presencia y haberlo alimentado, le dio específicas instrucciones en cuanto a realizar tres ungimientos (1 Reyes 19:12, 15-16).
Es muy natural que el ser humano, en el momento que más se siente deprimido, lo vea todo oscuro y sin ninguna posibilidad de que Dios pueda obrar de alguna manera. Así, de esta forma se sentía Elías, pero Dios se levantó y comenzó a mostrarle las cosas desde la perspectiva correcta. Fue entonces cuando el Señor cuestiona al profeta sobre lo que le ocurría, recibiendo, en las dos ocasiones, la misma respuesta de parte de Elías: «He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y
Es muy frecuente que cuando nosotros lloramos, pensemos que Dios está llorando; y si estamos tristes, creemos que Dios está de la misma manera; pero no necesariamente Dios tiene el mismo estado de ánimo que nosotros. Hay personas que se levantan con «el pie izquierdo» — como dice un dicho popular, para describir aquellos que sin causa aparente están de muy mal humor— y si
en la mañana sucede que dan un tropezón o les pasa algo lamentable, hay una causa de tristeza para todo el día. Así, ellos miran el cielo gris y creen que Dios está en esas mismas penumbras, acabado, derrotado, abandonado, y que no vale la pena el existir. Piensan que todo va de mal en peor, que el Creador los ha desechado, que ya no tiene misericordia o que ya no sale con el ejército de su pueblo, como decían los salmistas cuando se lamentaban; pero Dios es el mismo y será siempre igual. Su trono no tiene ruedas, sino que es eternamente estable. Él es el mismo ayer y por los siglos. Por eso en ese momento el Padre le ministró a Elías en este espíritu, de acuerdo a esta verdad de lo que él es.
No obstante, Elías estaba describiendo una realidad desde el punto de vista humano. Este hombre, podemos decir, tenía razones para sentirse de esa manera. Él había hecho un gran milagro, una manifestación sobrenatural poderosa, digna de Dios, y el pueblo de Israel no había reaccionado conforme a lo visto, todo lo contrario, estaba igual o peor. Por tanto este profeta —llegado el clímax de su propósito en Dios— se siente defraudado, afligido e inútil. Por eso Dios le formula dos veces la misma pregunta, buscando no tanto la razón de por qué estaba en aquel lugar, sino el porqué se sentía así. Elías le da varias razones: (1) los hijos de Israel han abandonado el pacto; (2) han destruido los altares; y (3) han matado a los profetas de Jehová. En esa descripción, el Espíritu Santo me hizo ver que el profeta estaba
definiendo en realidad la condición espiritual de Israel en esos días (1 Reyes 19:10,14).
Primeramente, ellos dejaron el pacto, lo que significa, en otras palabras, que no tenían relación con Dios, pues el pacto nos habla de relación. Se había dañado la relación, y cuando ésta se daña, perjudica también la adoración. Por eso estaban destruidos los altares. Luego, sin relación y sin adoración, sobreviene la hostilidad en contra de los comunicadores, los instrumentos que Dios levanta para darnos el mensaje. Decimos que se dañó la comunicación con Dios porque en esos días venía a través de los profetas. Esta situación no ha cambiado aún en la actualidad, pues el hombre sigue siendo el mismo, por eso el espíritu de apostasía no ha de tardar en manifestarse (2 Tesalonicenses 2:3).
Si analizamos espiritualmente las tres razones dadas por el profeta, nos daremos cuenta que ese es el proceso de la apostasía, de la evolución o deterioro de un corazón que se está apartando de Dios. Primero, se invalida el pacto, algo tan importante como la alianza, el compromiso con el Señor. Nadie puede caminar con Jehová si no entiende que él es el Dios de pacto. Muchas veces tenemos problemas relacionándonos con el Padre, porque no entendemos que él siempre se compromete con su pueblo. En el principio Dios tuvo un pacto con nuestros padres, Adán y Eva, antes de pecar (Génesis 1:28-31); y después de la caída, también con Noé (Génesis 6:8; 9:17); con Abraham, Isaac y Jacob (Génesis 15:18; 17:19; Éxodo 2:24). Igualmente Jehová hizo un pacto con el pueblo de Israel (Éxodo 24:7-8); con David (2 Samuel 7:16) y el pacto eterno con Jesucristo (Hebreos 13:20). Dios siempre se quiere comprometer con su pueblo. Por eso digo que el que evade hacer un compromiso, no tiene intención de cumplir. Cuando un hombre enamora a una mujer y le dice: «¿Para qué casarnos ? ¿Qué valor tiene un papel ? ¡Cuántos hay que están casados y son infelices, pues no tienen tan buena relación como tú y yo! La obligación mata al amor, no me hables de matrimonio, dejemos todo así». Yo te digo, sin temor a equivocarme que esas son puras evasivas, excusas para no comprometerse. En cambio, el Dios del cielo siempre se quiere comprometer con su pueblo, por eso persistentemente ha establecido algo que rija la relación con él.
Así como Dios administra la relación con los suyos por medio de un pacto, de la misma manera él siempre se somete a ese pacto y se rige por él. Las veces que tenemos problemas con Dios se deben a que se nos olvida que Dios se basa en el pacto. Por eso en la antigüedad —cuando Israel dejaba a Jehová y no guardaba su ley, y Dios se enojaba, amenazando con apartar su rostro de ellos o permitir que los tomaran en cautiverio— los intercesores se metían en el medio, haciendo brecha, diciéndole a Jehová: «Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac y Jacob; no mires a la dureza de este pueblo, ni a su impiedad ni a su pecado ... Por amor de tu nombre no nos deseches, ni deshonres tu glorioso trono; acuérdate, no invalides tu pacto con nosotros» (Deuteronomio 9:27; Jeremías 14:21). Incluso, cuando Israel invalidaba el pacto —el cual ya Dios no estaba obligado a cumplir ni por consiguiente a darles ninguna bendición— los intercesores rogaban diciendo: «Aunque nuestras iniquidades testifican contra nosotros, oh Jehová, actúa por amor de tu nombre; porque nuestras rebeliones se han multiplicado, contra ti hemos pecado ... Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo» (Jeremías 14:7; Daniel 9:19). Ellos apelaban a la honra de Dios, al prestigio de su nombre, porque ellos sabían que él ama su nombre y que ese nombre estaba en ellos. Ciertamente, su nombre está en nosotros, y es la causa cuando vivimos mal, por la que el nombre de Dios es blasfemado. Por eso nuestro
Señor Jesús nos exhortó diciendo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16).
Por consiguiente, un cristiano que cree en los logros de Cristo, se aferra a Dios y no lo deja por ninguna circunstancia. Del mismo modo, cuando Dios ve a sus hijos aferrados al pacto, diciendo: «Padre, acuérdate de lo que hizo Jesucristo, no olvides que esa sangre habla mejor que la de Abel; no te olvides de esa expiación, de la ofrenda del cuerpo de Cristo hecha una vez y para siempre, y ven a socorrernos; ven, bendícenos, guárdanos, prospéranos, sálvanos (Hebreos 12:24; 10:10)». Te aseguro que él no fallará y cumplirá lo prometido, porque Dios es fiel a su Palabra.
De lo dicho podemos deducir esta fehaciente realidad: Cuando un pueblo aparta su corazón de Dios es porque ya no tiene relación, y cuando se pierde la relación se quiebra el pacto. Ese era el pecado de Israel que sufría Elías, de manera tal que un vivo celo por Jehová de los ejércitos consumía todo su ser. El corazón del profeta se desangraba porque Israel había dejado el pacto de Dios, había derribado los altares y había matado a sus profetas, lo que significaba que había dejado la relación, y en consecuencia, se destruyó la adoración y despreciaron la reprensión. Ese es el orden del deterioro.
Como pastor, ya con muchos años de experiencia adquiridos al pastorear una grey a tiempo completo, he podido constatar, lastimera y muy detenidamente, ese proceso. Cuando alguien pierde la comunión con Dios en su casa, comienza a dejar el pacto, la relación se empieza a enfriar. Esta persona ya no adora ni lee la Biblia con la asiduidad acostumbrada, y si va a la iglesia a dos servicios al mes, es mucho. También deja de adorar a Dios como antes, y en cambio comienza a llegar tarde a la reunión de los santos y cuando asiste, se sienta en una esquinita, allá, donde nadie la vea ni le salude, ni mucho menos se atreva a preguntarle qué le ocurre. Ya no soporta ni al pastor, y se acomoda en el asiento de los «desanimados» que lleva una ruta directa —como los cangrejos— hacia atrás. Si acostumbraba a sentarse al frente, se mueve al medio, luego un poquito más atrás, otro día casi a la puerta, donde se sientan generalmente los que han llegado tarde y no han encontrado un asiento más adelante, con la única diferencia de que éstos quieren entrar y esta persona lo que quiere es salir. Eso sucede paulatinamente, hasta que se aleja totalmente.
De este modo, lo primero que se derriba es el altar personal. Cuando se quiebra la relación ya no hay intimidad, y por ende, no hay adoración. Ya no hay motivos, la ofrenda a Dios desaparece, por tanto, sin altar personal desaparece el altar familiar y el último que se derrumba es el corporal o congregacional. En fin, es como una cadena de derrumbes, como las piezas de un «dominó» ordenadas en círculo, en la que una ficha cae sobre otra, derribándola, y así sucesivamente, hasta que ¡cataplum! toda la edificación se viene abajo. De este modo mi corazón se aleja de Dios y no él de mí. Y al alejarme de mi Creador se inicia en mí un sentir hostil hacia sus mensajeros. La Palabra no es ya medicina a mis huesos ni confort a mi alma, sino que me es molesta. Digamos que la exhortación me indispone, por tanto, comienzo a mirar mal al instrumento, a los enviados de Dios y lo que decido es marcharme, alejarme de todo eso.
No obstante, antes de continuar, consideremos la misión de Elías y cuál era la condición de Israel en aquellos días. Si observamos el contexto de 1 Reyes 18 veremos que no había relación, pues Israel no obedecía los mandamientos de Dios y adoraba a los baales (v. 18). Por consiguiente, el cometido del profeta era restaurar esa relación, declarando las estipulaciones del pacto, y por medio de las señales, llevar el corazón del pueblo a Dios. Por su boca, Dios cerró el cielo por tres años y medio y no hubo lluvia, la vegetación se secó, por tanto, no había alimentos ni agua, sino mucha hambre en la tierra (1 Reyes 17:1). El solo hecho de que no hubiera lluvia era señal indubitable de que la relación estaba deteriorada. Jehová había puesto delante de ellos la bendición y la maldición, y por su dureza de corazón la tierra estaba desierta (Deuteronomio 11:26; Jeremías 23:10). El antiguo pacto era así: Si obedeces te bendigo, pero si no obedeces te maldigo; sin relación, no hay lluvia; sin pacto, cielo cerrado. Israel había invalidado el pacto, por lo cual Jehová envió maldición.
En fin, la misión de Elías era restaurar la relación, volviendo a Israel al pacto, levantando los altares que estaban caídos y deshaciendo la hostilidad hacia los mensajeros de Dios. Sin embargo, nadie puede restaurar un pueblo si no se acerca a él, por eso el profeta se acercó al pueblo (1 Reyes 18:21). El Señor dijo: «Id» (Mateo 10:6), él no dijo: «Envía un texto o correo electrónico, escribe una carta o llama por teléfono». También dijo: «vedlo» tú y no que mandes a otro (Marcos 6:38). Con esto no me opongo a utilizar los adelantos de la comunicación, más si estamos en sitios distantes, en lo que sí insisto es en que vayamos. Hay que acercarse al pueblo. Si en realidad quieres acercar el corazón del pueblo a Dios, debes primero acercarte tú a ellos.
Es innegable que la condición de Israel era deplorable. Es muy interesante ver cómo se describe en el siguiente versículo: «¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?» (1 Reyes 18:21). La palabra «claudicar» en el lenguaje hebreo es pacach, un término que denota «algo que salta encima», por lo cual, en otras palabras, bien pudo decirse: «¿Hasta cuándo estarán ustedes saltando entre dos ramas?» En efecto, esta expresión describe la actitud de un pueblo que como los monos (que saltan de una rama a otra) saltaban de una idea a otra. Este mismo vocablo (claudicar) también se puede traducir como cojear, bailar, saltar, lo que sugiere la idea de alguien que literalmente va —como el que baila o cojea— de aquí para allá y de allá para acá. Por lo cual, la pregunta bien podría traducirse como: «¿Hasta cuándo andaréis cojeando sobre dos muletas?».
¿Por qué el profeta usa esta figura para describir una actitud del corazón? Porque el pecado de Israel no era que no adoraba a Jehová, sino que estaba adorando a Dios y a otros dioses. Ciertamente, el peca do de Israel no consistía en rechazar totalmente a Jehová, sino en combinar la adoración de Dios con la de los baales; dividir su corazón entre Dios y otros que no son dioses; compartir su servicio y devoción entre dos señores. Por tanto, el reto de Elías no era tanto el hacerles ver que Jehová era el Dios verdadero, o el Dios Todopoderoso, sino convencerlos de que únicamente Jehová es Dios. Por eso, en aquel momento los retó diciendo: «El Dios que respondiere por medio de fuego, ése sea Dios» (1 Reyes 18:24).
No era que Israel no amaba a Dios, era que amaba a Dios y a otros ; no era que no servía a Dios, era que no servía solamente a Dios. Esa actitud quebrantaba el pacto que establecía: «A Jehová tu Dios temerás, a él solo servirás, a él seguirás... él es el objeto de tu alabanza, y él es tu Dios» (Deuteronomio „10:20,21). Siendo así, el desafío de Elías no era demostrarles —y eso lo enfatizamos— que el Dios más poderoso es Jehová, porque eso Israel lo sabía. El asunto era que de igual modo, ellos creían que Baal hacía sus milagritos. Con esa actitud, Israel adoraba a muchos dioses. Uno de ellos era la diosa de Palestina, Asera, de la cual se decía que era madre de setenta dioses, entre los cuales estaba Baal, y a la que consideraban la reina de los cielos. Esta diosa era la que competía principalmente con el Dios verdadero. Era ella la que dividía el corazón de Israel. Y con eso entiendo lo que dijo Jesús: «El que no es conmigo, contra mí es» (Lucas 11:23).“
¿Cuántos sabrán que si el Padre no es el único, él no quiere ser nada en sus vidas? El pacto es sólo Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Marcos 12:30). Entendemos que Jehová tiene que ser el todo en todo. Cuando brindamos servicio y veneración a otros además de a Dios, ya no estamos adorando al Señor, sino que nos hacemos renegados y apóstatas, aunque no lo creamos.
Puesto que la primera misión de Elías era acercar a Israel a Dios, él se acercó al pueblo (1 Reyes 18:21), y luego les dijo: «Acercaos a mí» (1 Reyes 18:30). Entonces, el profeta arregló el altar de Jehová que estaba arruinado, como malograda estaba la adoración del pueblo a Dios. Si aplicamos esto a nuestro tiempo, no podemos decir que toda la iglesia de Cristo está como estaba Israel. ¡Jamás! Pecaríamos con esto . Mas, sin duda, una gran cantidad de los hijos de Dios —por no decir la mayoría— se encuentra en esta condición. Es más, si en este mismo momento el Espíritu Santo nos hiciera un examen de conciencia con preguntas que nos revelaran si Jehová únicamente es el Dios para nosotros (que no existen otras cosas que ocupen su lugar, haciendo al Señor uno más), de una manera u otra se descubriría nuestra falta de fidelidad e integridad a él. Antes yo decía: «Dios es el primero en mi vida», hasta que el Señor me dijo: «No digas que soy el primero como si eso bastara, pues eso significa que comparto tu corazón con un segundo, con un tercero, con un cuarto, etc. Yo no soy el primero, sino que yo soy el que soy; el único, el todo». Dios no debe ser uno más en tu vida, él debe ser el todo.
Puedo decir sin temor a equivocarme que nadie como ministro de Dios ha terminado la obra encomendada por Dios para su propósito hasta que no logra que el pueblo se acerque a él, que crea que Jehová es el Dios y que JAH vuelva el corazón de ellos a sí, haciéndose el todo en la vida de su pueblo (1 Reyes 18:37). Ese es el reto y esa es la misión de aquel que tiene el mismo espíritu de Elías. Por eso, entiendo el porqué Elías tenía que venir primero, porque estamos en el tiempo de la restauración de todas las cosas. Restauración significa que todo lo que está lejos Jehová lo acerca a él. La Palabra de Dios dice que en los últimos días él dirá: «No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré. Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre» (Isaías 43:5-7). Jehová reunirá a su pueblo, a aquellos que le conocen, sin importar la comodidad que tengan en «Babilonia», porque aman a Sion, aman las piedras de la ciudad del gran Rey, aman los escombros, y por amor a Dios y al propósito, acudirán al llamado de reedificar.
Estos hombres y mujeres con el corazón de Dios, como aquellos cincuenta mil que salieron de Babilonia (Esdras 2:64,65) dirán: «A mí no me importa la comodidad en que yo viva, voy a ir a una tierra que está destruida, a una ciudad que tiene sus muros caídos y que está rodeada de enemigos poderosos, que se oponen a su reconstrucción, pero el tiempo de Dios ha llegado. Ahora es el momento de volvernos a Dios, de acercarnos a él. Levantemos
los altares, reedifiquemos las ruinas, restauremos los escombros de muchas generaciones. ¡Que los muros sean levantados y reparados los fundamentos!» La iglesia no puede caer en depresión como aquel que no tiene esperanza, no, no, y no. Si es necesario, pidamos a Dios que haga nacer en nuestro corazón un vivo celo por Jehová, Dios de los ejércitos, y así no quedarnos tranquilos hasta que todo Israel se vuelva a Dios, y unidos como un solo pueblo, Dios sea el Dios de todos.
Observemos ahora lo que dice en 1 Reyes 18:22: «Elías volvió a decir al pueblo: Sólo yo he quedado profeta de Jehová; mas de los profetas de Baal hay cuatrocientos cincuenta hombres». Fíjate en que el profeta establece que Jehová es uno solo y que tiene un solo profeta, mientras los dioses son muchos y tienen muchos profetas, no obstante, les pide que vengan todos contra el solo Dios. Eso era una representación: «Yo soy uno, Jehová uno es; ustedes son muchos, como muchos son sus dioses». Hay quienes si no tienen compañeros no se animan, pero a un hombre o mujer de Dios no le importa si se queda solo, pues dice: «Mi Dios también es uno, como uno solo es su nombre; yo fui llamado a defender ese nombre, y aunque me quede solo y pague con mi vida, aun con ese último aliento seguiré diciendo: Jehová es Dios». ¿Cuál de los profetas no se quedó solo? Bienaventurado es aquel que si acallaran a todos los profetas, usando el método que sea (burla, oposición, etc.), y únicamente él quedara, sin importarle que está solo, puede seguir levantando su voz y diciendo: «Mientras quede un soplo de vida en mi ser, diré y no callaré, que lo oiga todo el mundo: ¡Sólo Jehová es Dios!».
Solamente habrá restauración en la iglesia de Cristo cuando todos reconozcan a Jehová como el Dios verdadero, el Dios vivo y Rey eterno; cuando sólo a él sirvan y únicamente a él adoren, porque sólo Dios es el objeto de su alabanza. Mientras haya otro además de él, no hay restauración, y por ende no se ha logrado el propósito. Acepto que es difícil nuestra misión, pero es de Dios; es ardua nuestra meta, pero es digna. Nos van a decir: «No sean ridículos, no sean idealistas, no sean místicos, no sean utópicos», pero el hombre de Dios dice: «Mi encomienda no ha terminado hasta que yo vea a todo el pueblo rendido de corazón a Dios». Elías dijo: «congrégame a todo Israel» (1 Reyes 18:19), él se acercó primero y luego llamó a un concilio a todo el pueblo, para luego acercarlos a Dios.
Apliquemos: (1) acerquémonos al pueblo; y (2) acerquemos el pueblo a nosotros para llevar el pueblo a Dios. Llevar el pueblo a Dios significa que sólo adoren a Jehová y le den su corazón. Pastores, ministros, siervos todos del Dios Altísimo, esa es nuestra misión en las naciones, llevar la iglesia a Dios. La realidad es que la iglesia ha sido seducida por el espíritu de Grecia, por el espíritu de Babilonia, por la tecnología, por el intelectualismo, por la razón, por los métodos humanos, por los logros de las grandes empresas, por el éxito visible, por tantas cosas, tantos dioses, tantos baales, los cuales están compitiendo con Jehová, el Dios de Israel. Ante tantas cosas, somos pocos, pero hagámosnos uno y llenos de un vivo celo cumpliremos nuestra misión de volver el pueblo al pacto, restaurando el altar de Jehová para que sólo Dios sea adorado. Hecho así, el pueblo cambiará la actitud hacia los mensajeros y ya no será de hostilidad sino de amor, de apego, de amistad hacia los heraldos de Dios, los profetas. «No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas» (1 Crónicas 16:22).
Otra cosa importante dentro de la misión de Elías era la definición. El profeta buscaba que el pueblo se definiera por Dios. En otras palabras, que la iglesia solamente salte en una sola rama, y que esa sea Jehová. No dos ramas , una sola . No que dance muchas músicas, sino una sola, en regocijo al nombre de Jehová. No que cante dos cantos, sino uno solo, «las maravillas de Jehová» (Hechos 2:11). El corazón debe tener una definición: Jehová solamente. No sé si vas conmigo en la apreciación de esta misión, pero mientras meditaba en este mensaje decía: ¡Dios mío, hay mucho que hacer! ¡Cuántos hay como el personaje legendario del «hombre mono» que están saltando de una rama a la otra, entre muchos pensamientos, entre muchos altares, cuando solamente hay un solo pensamiento, un solo altar y un único Dios!
Sí, muy difícil era la misión, porque bajo esas condiciones el mayor reto de un profeta no era tanto que el pueblo se volviera a Dios, sino que cayera fuego del cielo, ¿sabes por qué? Porque según la Biblia, solamente Dios responde con fuego del cielo para consumir alguna ofrenda cuando es de su agrado. Sabemos que hubo fuego del cielo en la dedicación del tabernáculo del testimonio porque Moisés hizo todo de acuerdo a las instrucciones
Éxodo 40, después de cada detalle que el siervo de Dios hizo, se repite siete veces, como un estribillo, la siguiente frase: «como Jehová había mandado a Moisés». Y como todo fue hecho como Jehová lo había ordenado, cuando pusieron el holocausto dice que vino fuego del cielo en aprobación. Por tanto, cuando la iglesia obedece y hace todo de acuerdo a las instrucciones de Dios puede cumplirse el propósito; y Dios, agradado, dice amén, enviando el fuego de su beneplácito.
Elías hizo todo muy complicado. Primeramente pidió agua cuando no había, ya que hacía tres años y medio que no llovía. Incluso Acab, antes de la confrontación con el profeta, había mandado a sus siervos a que fueran por todas las fuentes de agua y miraran en todos los arroyos, a fin de que hallaran hierba para los caballos, cuidando que no se les murieran las bestias (1 Reyes 18:5). En este detalle, podemos ver que cuando un líder no tiene visión, cuida más los animales que al pueblo de Dios; tiene un interés mayor por mantener la organización, tiene un cuidado especial por la institución y todo el montaje de apariencia religiosa que por el cuerpo de Cristo. En cambio, el profeta de Dios pidió agua, que la buscaran donde fuera y trajeran toda la que hubiera para levantar el altar de Jehová que estaba caído. ¡La restauración cuesta !
Dijimos que Elías estaba complicando el asunto, y no exageramos, pues no conforme con hacer una zanja, la hizo bien profunda para que cupiera bastante agua (1 Reyes 18:32). Luego el profeta de Dios mandó que vaciaran sobre la leña y el holocausto cuatro cántaros de agua, una vez y otra vez, e incluso una tercera vez, hasta que ya el agua corría por todo el lugar, rebosándose de la zanja (vv. 34-35). Algunos dirán: «Bueno, lo hizo para demostrar que Jehová es el poderoso», puede ser, no obstante, Jehová me revela algo más profundo. Elías quería decirle a Israel: «Miren, el cielo está cerrado porque ustedes han dejado el pacto, la lluvia no cae porque ustedes han derribado el altar de Jehová, hay hambre en la tierra porque ustedes han matado a los profetas de Dios. Pero aunque Dios esté enojado, él los ama todavía, y
si ustedes se entregan de corazón, él se agradará; y a pesar de que ustedes no merecen nada, él enviará fuego del cielo que consumirá la ofrenda, sobre la leña húmeda que está en el altar empapado de agua». Elías sabía que era un tiempo de juicio, que Jehová estaba descontento, por eso lo había enviado a él para que le mostrara al pueblo de Israel que no solamente era el Dios verdadero y el único que debía ser adorado, sino que a pesar de que ellos eran infieles, él permanecía fiel; aunque ellos fallaran, él cumplía; pese a que ellos anduvieran extraviados y en sus propios caminos, Dios permanecía en su lugar.
Ese altar representaba la condición de Israel: caído, destruido, arruinado, vacío, sin ofrenda ni sacerdote que ministrara a Jehová. Mas Elías arregló el altar (1 Reyes 18:30). Para que descendiera fuego del cielo el altar no podía estar arruinado, sino levantado. Luego, las Escrituras dicen: «Y tomando Elías doce piedras, conforme al número de las tribus de los hijos de Jacob, al cual había sido dada palabra de Jehová diciendo, Israel será tu nombre, edificó con las piedras un altar en el nombre de Jehová» (1 Reyes 18:31-32). Y termina el versículo 36 diciendo: «Sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas». Es decir que el profeta hizo todo lo que hizo siguiendo instrucciones. Elías restauró todo lo que había dejado y abandonado Israel para agradar a Dios de manera que respondiera como el que está agradado y no enojado, por la apostasía en que estaba sumido el pueblo. Cuando Dios no es el todo en nuestras vidas ocurren tres cosas:
Guildo Jose Merino
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Zürich / Schweiz
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