Joaquín López-Dóriga
El sarcasmo es arrogancia. Florestán
NUEVA YORK. Benedicto XVI ha iniciado su sexto año de pontificado con una Iglesia católica crucificada por el escándalo de abusos sexuales de malos sacerdotes contra menores y la cobertura que desde tiempos inmemoriales les dio la alta jerarquía.
Nadie hubiera pensado que el papado de Ratzinger, aquel intransitable guardián de la fe, le llamaban el pastor alemán, alcanzara esta aduana, su primer quinquenio, en estas condiciones.
El signo del pontificado de Benedicto pasa por esta crisis profunda en la que, por momentos, los altos jerarcas no saben cómo salir de ella, como lo confirmó el influyente secretario de Estado, Tarcisio Bertone, al afirmar que la pederastia tiene que ver más que con el celibato, refiriéndose al sacerdocio, con la homosexualidad, declaración que no fue seguida por la Santa Sede.
El punto más alto de esta crisis es la doble vida del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel. Ahora se acepta todo lo que se dijo desde hace años y que todos negaron: el abuso del que hizo víctimas a jóvenes seminaristas condenados a guardar el silencio por el voto de obediencia. Lo más aberrante, de lo que se deriva su suspensión, en los límites del ad divinis, es que a su conducta de abusos contra novicios se suma la existencia de relaciones carnales y permanente con dos mujeres con las que tuvo, al menos, tres hijos.
Y la paradoja es que fue el mismo cardenal Ratzinger el que llevó a cabo la investigación, cuyas sanciones sólo pudo aplicar a la muerte de Juan Pablo II. El signo de este pontificado ha sido la polémica.
Comenzó en 2006 en su alma máter, la universidad alemana de Rastisbona, donde hizo una serie de citas que incendiaron al mundo musulmán. Para apagarlo, tuvo que dar una serie de explicaciones que enfriaron pero no borraron.
Luego, en plena visita a África, condenó el uso del condón porque, dijo, sólo aumentan los problemas del sida que no se pueden resolver con eslogans publicitarios ni con la distribución de preservativos, lo que provocó una dura reacción en el mundo occidental.
Después sería el conflicto con el mundo judío, al rehabilitar al obispo lefevriano, Richard Williamson, que negó la existencia del Holocausto, y más tarde con la exaltación a los altares de Pío XII, que algunos para descalificarlo lo tacharon como el obispo de Hitler, lo que la Iglesia siempre ha rechazado.
A estas alturas, marcado por la polémica, sobre todo por el escándalo de la pederastia, se le dificulta la gestión de este sucesor de Pedro, que acaba de cumplir 83 años.
Pero humildemente difiero de las afirmaciones de su compañero y ahora enemigo Hans Kung, que ha llamado a los obispos a romper con el voto esencial de la Iglesia, la obediencia, y desoír al Papa, y coincido, como afirma, que esta es la peor crisis desde el cisma.
Pero tampoco recuerdo otra.
Nos vemos mañana, pero en privado
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