Esta vez no voy a hablar de libros, sino de cine, concretamente sobre la película “Avatar”. Hace varias semanas fui a verla en 3-D y, siendo sincero, me gustó como espectáculo visual pero poco más. No he visto “En tierra hostil” y no puedo opinar sobre si ha sido justa ganadora del Oscar a mejor película, pero lo que sí que creo es que “Avatar” no merecía el premio.
Pero no quiero hablar aquí sobre la calidad de la película, sino sobre un síndrome que se ha producido entre algunos de los espectadores después de verla y que me ha llamado la atención. Son varias las personas que, después de ver el mundo virtual de Pandora, creado por el director James Cameron, han sufrido depresión al querer volver a ese mundo fantástico porque sus propias vidas les llenan de tristeza. El creador de la web que ha dado voz a los afectados por este síndrome ha afirmado que: "puedo entender por qué a la gente le ocurrió. La película es preciosa y muestra algo que no tenemos en la Tierra. Creo que la gente vio que podíamos vivir en un mundo completamente diferente y eso le causó la depresión".
Creo que “El síndrome Avatar” es un reflejo de la realidad del ser humano. Hay un vacío en el corazón y un anhelo de “algo mejor”. El libro de Eclesiastés afirma que Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre y esta realidad se manifiesta en los estados de insatisfacción que produce el mundo que nos rodea. Es suficiente una película, bien realizada y con efectos especiales espectaculares, pero, en definitiva, una simple película, para sacar a la luz el vacío interior de un ser humano que necesita ser llenado por algo que le sacie de verdad.
Jesucristo desveló este vacío interior y se presentó como el único que podía llenarlo, “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).
El ser humano puede buscar sentido a su vida en múltiples proyectos, relaciones y actividades; en algunos casos lo encontrará de forma parcial, pero finalmente sólo hay un camino para que el hombre pueda encontrar sentido a su existencia y es volver a reencontrarse con Dios, aquél que ha puesto eternidad en nuestro corazón. Ese camino es Jesucristo, él es quién nos abre la puerta de una realidad superior a la que vemos en este mundo, él es el que nos hace entrar en el reino de Dios, un mundo real, no virtual, en el que lo que vemos en “Pandora” queda empequeñecido ante la grandeza de lo que Dios nos ha preparado.
Es cierto que es difícil ser conscientes de la realidad del reino de Dios en un mundo en el que predominan el dolor, el sufrimiento y la maldad del hombre; aún así podemos ver los rayos de luz en medio de la oscuridad ya en esta vida, aunque anhelamos algo mejor, unos nuevos cielos y una nueva tierra en la que reinará la justicia y donde “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor”. Esta nueva vida no se terminará cuando nos quitemos las gafas, como ocurre con la película, sino que disfrutaremos de ella eternamente, tal y como nuestro corazón anhela, porque, recordad, Dios ha puesto eternidad en nuestro interior…
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