Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo; el que ande en el camino de la perfección, éste me servirá. Sal. 101:6.
Martín Lutero decía que el Salmo 101 era un espejo para los magistrados. En este salmo el rey David menciona las características que él deseaba ver en las personas que formaban parte de su reino.
En el versículo 6, que es el texto para nuestra meditación de hoy, el salmista destaca dos características de los futuros herederos del reino: fidelidad y perfección, o rectitud.
Al decir “el que ande en el camino de la perfección”, David muestra que la experiencia de la rectitud, santidad, fidelidad, justicia o como tú quieras llamarla, es una experiencia dinámica. Andar es moverse, es dar un paso después de otro, es avanzar. Nadie anda para atrás, excepto un cangrejo.
El crecimiento en Cristo lleva tiempo. El Espíritu Santo necesita un segundo para convertirte, pero una vida para enseñarte a andar. Al comienzo tú caes, resbalas. Con el tiempo y con los dolores, aprendes a ser cuidadoso y vigilante. Caer no hace a nadie un derrotado. Permanecer caído, sí.
Es necesario ejercitar la paciencia. Al comienzo puede darte la impresión de que no avanzas, o que nunca lo conseguirás. En esos momentos, toma el brazo poderoso del Padre y cree en él. Dios nunca te dejará ni te abandonará.
Cuando Dios dice que sus ojos buscarán a los fieles de la tierra, se está refiriendo a todos los sinceros hijos que, reconociendo su fragilidad, lo buscan a fin de recibir de él fuerzas para una vida de victoria. El resultado de esa búsqueda diaria es la rectitud y la fidelidad. No te atrevas a fabricar rectitud. Acéptala gratuitamente de Jesús.
Si tú tratas de tener estas características sin la participación directa de Jesús, ciertamente caerás en el terreno del moralismo, alimentado por el orgullo y movido por el egoísmo. El moralismo no es cristianismo, en ningún caso.
Haz de hoy un día de comunión con Jesús. Andando, comprando, vendiendo, trabajando o estudiando. Permite que Jesús participe de tu experiencia. Toma la mano poderosa del Salvador, porque él dice: “Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo; el que ande en el camino de la perfección, éste me servirá”.
Martín Lutero decía que el Salmo 101 era un espejo para los magistrados. En este salmo el rey David menciona las características que él deseaba ver en las personas que formaban parte de su reino.
En el versículo 6, que es el texto para nuestra meditación de hoy, el salmista destaca dos características de los futuros herederos del reino: fidelidad y perfección, o rectitud.
Al decir “el que ande en el camino de la perfección”, David muestra que la experiencia de la rectitud, santidad, fidelidad, justicia o como tú quieras llamarla, es una experiencia dinámica. Andar es moverse, es dar un paso después de otro, es avanzar. Nadie anda para atrás, excepto un cangrejo.
El crecimiento en Cristo lleva tiempo. El Espíritu Santo necesita un segundo para convertirte, pero una vida para enseñarte a andar. Al comienzo tú caes, resbalas. Con el tiempo y con los dolores, aprendes a ser cuidadoso y vigilante. Caer no hace a nadie un derrotado. Permanecer caído, sí.
Es necesario ejercitar la paciencia. Al comienzo puede darte la impresión de que no avanzas, o que nunca lo conseguirás. En esos momentos, toma el brazo poderoso del Padre y cree en él. Dios nunca te dejará ni te abandonará.
Cuando Dios dice que sus ojos buscarán a los fieles de la tierra, se está refiriendo a todos los sinceros hijos que, reconociendo su fragilidad, lo buscan a fin de recibir de él fuerzas para una vida de victoria. El resultado de esa búsqueda diaria es la rectitud y la fidelidad. No te atrevas a fabricar rectitud. Acéptala gratuitamente de Jesús.
Si tú tratas de tener estas características sin la participación directa de Jesús, ciertamente caerás en el terreno del moralismo, alimentado por el orgullo y movido por el egoísmo. El moralismo no es cristianismo, en ningún caso.
Haz de hoy un día de comunión con Jesús. Andando, comprando, vendiendo, trabajando o estudiando. Permite que Jesús participe de tu experiencia. Toma la mano poderosa del Salvador, porque él dice: “Mis ojos pondré en los fieles de la tierra, para que estén conmigo; el que ande en el camino de la perfección, éste me servirá”.
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