- Comenzaron en los 80 a estudiar fenómenos de la actividad solar
- Su objetivo es llegar a saber cómo funciona una estrella
A finales del mes de agosto del año 1859 los observadores solares descubrieron que estaban comenzando a formarse numerosas manchas en la superficie del Sol. Unos días después, el 1 de septiembre, el astrónomo Richard Carrington presenció desde su telescopio brillantes destellos de luz blanca que surgían de la superficie del astro. Pasadas unas horas, los sistemas telegráficos de todo el mundo se colapsaron y pudieron verse auroras polares hasta en los trópicos, en lugares tan inusuales como Cuba o Hawai.
Este espectacular suceso conocido como el Evento Carrington, que toma su nombre del astrónomo que observó los destellos provocó una de las mayores tormentas geomagnéticas registradas hasta la actualidad. Sus consecuencias entonces fueron limitadas en esa época la infraestructura eléctrica estaba en ‘pañales’ y las redes de telégrafos llevaban funcionando poco más de 10 años, todo quedó en cortes y averías de los sistemas de comunicaciones y brillantes colores en el cielo, pero ¿qué alcance tendría en un mundo altamente tecnológico como el nuestro?
Aunque, desde entonces, ninguna tormenta solar ha alcanzado tal magnitud, se han registrado algunas de gran impacto con consecuencias bastante negativas, como la ocurrida en marzo de 1989, que provocó que la planta hidroeléctrica de Quebec (Canadá) se detuviese durante más de nueve horas.
En 20 años la tecnología ha avanzado a un ritmo vertiginoso hasta la década de los 90 no comenzó el despegue de Internet y de la telefonía móvil, ¿cómo podría afectar al mundo en 2010 una tormenta de una intensidad similar? ¿Se podría llegar a predecir?
No conocemos los detalles
Según José Luis Ballester, catedrático de Astronomía y Astrofísica de la UIB, por el momento no es posible. «Aunque hay intentos de predecir los ciclos solares basados en diferentes técnicas, el problema básico es que sólo sabemos cómo funcionan a grandes rasgos, pero no con detalle, por lo que cualquier predicción no pasa de ser una mera hipótesis».
«Los ciclos de actividad solar están bastante bien documentados desde 1610 explica Ballester y se manifiestan por el incremento de una serie de fenómenos como pueden ser las manchas, las protuberancias o las eyecciones de masa coronaria. Aunque el tiempo medio de un ciclo es de unos 11 años, no existe una periodicidad clara y su duración e intensidad varían de uno a otro».
Si miramos una gráfica de la actividad solar desde 1600 basada en las manchas encontramos que, aunque a simple vista parece seguir un patrón regular, fijándose en el detalle se aprecian muchas variaciones.
Existen ciclos cortos, de menos de 10 años, y otros largos, de casi 14; ciclos con picos de actividad muy altos con valles que duran muy poco y otros que se extienden en el tiempo; incluso hay anomalías, épocas en que las manchas estuvieron ausentes durante largo tiempo, es lo que se conoce como mínimos y se han registrado dos en este periodo de 400 años: el de Maunder, que se produjo entre los años 1645 y 1715, y el de Dalton desde 1795 hasta 1820, dos fenómenos anormales que todavía hoy en día no son totalmente comprendidos.
La actividad solar se manifiesta en fenómenos como las manchas, las fulguraciones y las eyecciones de masa coronal y estos dos últimos pueden afectar a la tierra. Las fulguraciones provocan una liberación súbita de energía en forma de partículas altamente energéticas que generan rayos X. El mayor problema es que los rayos X viajan a la velocidad de la luz y en ocho minutos están en la Tierra. Las eyecciones de masa coronal (CMEs) son más lentas llegan a nuestro planeta en unas horas, por lo que el tiempo de respuesta es más elevado.
Nuestra estrella ha despertado de nuevo, después del final de un ciclo de mínima solar excepcionalmente largo su pico de máxima actividad fue en 2001 y todo parece indicar que en 2010 el sol comienza a remontar. Dependiendo de las predicciones, el nuevo ciclo tendrá su pico máximo en 2011, 2012 o 2013, incluso hay algunas predicciones que vaticinan que será de los más turbulentos en muchas décadas.
Para Ballester lo único seguro es lo que hasta ahora se ha podido constatar «que se trata de un mínimo muy prolongado». Y en lo que se refiere a las predicciones, muestra un gráfico en el que puede verse el momento actual y, a partir de este punto, dos líneas discontinuas que corresponden a estimaciones basadas en diferentes técnicas y que muestran pronósticos distintos.
la tecnología es vulnerable
En la actualidad, el mayor problema es nuestra dependencia tecnológica, un factor que nos hace especialmente vulnerables a este tipo de sucesos. Una tormenta geomagnética en el siglo XXI podría causar importantes trastornos ya que las perturbaciones de la ionosfera afectan no sólo a la transmisión de energía eléctrica, sino que pueden interrumpir las comunicaciones, dañar los satélites o alterar el Sistema de Posicionamiento Global (GPS) de señales de navegación, por ejemplo.
Para predecir el clima espacial hay varios satélites, como el SOHO (Solar and Heliospheric Observador) orbitando en los puntos de Lagrange –posiciones orbitales ideales para instalar estaciones espaciales–, que informan sobre la energía e intensidad del viento solar o si se dirige a la tierra una eyección de masa coronal.
La investigación de la actividad solar, sin embargo, no sólo responde a la necesidad de predecir, sino también a la de saber cómo funciona una estrella. En este sentido el grupo de Física Solar de la UIB comenzó ya en los 80 a estudiar las fulguraciones. «En estos años un satélite detectó que este fenómeno presentaba periodos de unos cinco meses –explica Ballester– y que inmerso en el ciclo solar de 11 años se producía un subciclo de entre 150 y 158 días de fulguraciones asociadas a manchas solares».
Este trabajo, publicado en 1998 en la revista Nature, fue el primer artículo científico de la UIB. En él se describía la interrelación entre el flujo magnético, las manchas solares y las fulguraciones, proponiendo una hipótesis para explicar estos fenómenos de la actividad solar.
La investigación del grupo ha continuado en esta línea y a comienzos de este año han publicado en una revista de Astrofísica una explicación teórica del porqué del suceso. Parece ser que el campo magnético del sol se genera en la tacoclina, una capa muy delgada que sirve de frontera entre la parte externa e interna; cuando esta zona se inestabiliza las fricciones que se producen crean campos magnéticos que emergen en forma manchas y otros fenómenos como las fulguraciones. Y esa inestabilidad se produce cada cinco meses coincidiendo con el máximo de actividad solar.
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