Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados seremos salvos por su vida. (Rom. 5: 10.)
La cruz está revestida con un poder que el lenguaje no puede expresar. El sacrificio de Cristo en favor de la raza humana avergüenza nuestros pobres esfuerzos y métodos para alcanzar y elevar a la humanidad, para ayudar a hombres y mujeres pecadores a encontrar a Jesús.
La obra de los hijos e hijas de Dios debe ser de un carácter distinto al manifestado por un gran número de personas. Si aman a Jesús, tendrán ideas más amplias acerca del amor que se ha manifestado por el hombre caído, que requirió la provisión de una ofrenda tan costosa para salvar a la especie humana. Nuestro Salvador pide la cooperación de cada hijo e hija de Adán que ha llegado a convertirse en hijo o hija de Dios... Nuestro Salvador declara que trajo del cielo el don de la vida eterna. Había de ser levantado en la cruz del Calvario para atraer a todos los hombres a sí mismo. ¿Cómo trataremos entonces la herencia adquirida por Cristo? Debiera manifestársele ternura, aprecio, bondad, simpatía y amor. Entonces podremos trabajar para ayudar y bendecir a los demás. Tenemos la exaltada compañía de los ángeles celestiales. Cooperan con nosotros en la obra de iluminar a los encumbrados y a los humildes.
Habiendo emprendido la obra, la admirable obra de nuestra redención, Cristo decidió en el concilio con su Padre que no había de escatimarse nada, por más costoso que fuera, no había que guardar nada, por más alto que se lo estimara, para rescatar al pobre pecador. Él daría todo el cielo para esta obra de salvación, para restaurar la imagen moral de Dios en el hombre... Ser hijo de Dios significa ser uno con Cristo y bendecir a las almas que perecen en sus pecados. Debemos comunicarles lo qué Dios nos ha comunicado a nosotros.
La cruz está revestida con un poder que el lenguaje no puede expresar. El sacrificio de Cristo en favor de la raza humana avergüenza nuestros pobres esfuerzos y métodos para alcanzar y elevar a la humanidad, para ayudar a hombres y mujeres pecadores a encontrar a Jesús.
La obra de los hijos e hijas de Dios debe ser de un carácter distinto al manifestado por un gran número de personas. Si aman a Jesús, tendrán ideas más amplias acerca del amor que se ha manifestado por el hombre caído, que requirió la provisión de una ofrenda tan costosa para salvar a la especie humana. Nuestro Salvador pide la cooperación de cada hijo e hija de Adán que ha llegado a convertirse en hijo o hija de Dios... Nuestro Salvador declara que trajo del cielo el don de la vida eterna. Había de ser levantado en la cruz del Calvario para atraer a todos los hombres a sí mismo. ¿Cómo trataremos entonces la herencia adquirida por Cristo? Debiera manifestársele ternura, aprecio, bondad, simpatía y amor. Entonces podremos trabajar para ayudar y bendecir a los demás. Tenemos la exaltada compañía de los ángeles celestiales. Cooperan con nosotros en la obra de iluminar a los encumbrados y a los humildes.
Habiendo emprendido la obra, la admirable obra de nuestra redención, Cristo decidió en el concilio con su Padre que no había de escatimarse nada, por más costoso que fuera, no había que guardar nada, por más alto que se lo estimara, para rescatar al pobre pecador. Él daría todo el cielo para esta obra de salvación, para restaurar la imagen moral de Dios en el hombre... Ser hijo de Dios significa ser uno con Cristo y bendecir a las almas que perecen en sus pecados. Debemos comunicarles lo qué Dios nos ha comunicado a nosotros.
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