He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos… los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. – 1 Corintios 15:51-52.
¿Ha oído hablar de dos hombres que dejaron este mundo sin pasar por la muerte? Uno fue el patriarca Enoc y otro el profeta Elías, quien subió al cielo en un carro de fuego. El primero se distinguió en la lista de los descendientes de Adán en el capítulo 5 de Génesis, lista fatal, marcada por la mención “y murió”. Del séptimo, Enoc, está escrito: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (v. 24). ¿Por qué esa excepción? Para mostrarnos que Dios recompensa la fe y porque el rapto de Enoc anuncia de antemano el de los creyentes.
Así como Enoc no tuvo que pasar por la catástrofe del diluvio, los creyentes serán llevados antes de las terribles desgracias que deben caer sobre la tierra. Como los cristianos de Tesalónica, esperamos del cielo a Jesús, el Hijo de Dios (1 Tesalonicenses 1:10). Nos acercamos al momento en que en un abrir y cerrar de ojos iremos juntos al encuentro del Señor; seremos quitados de la tierra como por un poderoso imán. Primero resucitarán aquellos que “durmieron” en Jesús, y luego los creyentes que aún vivan en ese momento, cuyos cuerpos serán transformados, adaptados para el cielo, cuerpos de gloria como el del Señor después de su resurrección. Estemos a la espera de este acontecimiento repentino y maravilloso y demos testimonio de que el Señor viene pronto.
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